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La riqueza del buen ejemplo

Avatar del Mariasol Pons

Agradezco profundamente todos los buenos ejemplos a mi alrededor, hoy en particular el de mi abuelita

Hace poco murió mi abuela. Hace muy poco, realmente. Tan poco que me cuesta desarrollarlo, pero el tiempo es inmisericorde y si no es ahora, tampoco será mañana. No soy fanática de contar intimidades y este artículo no va de eso, sino del gran ejemplo que dio mi abuelita en vida. De la riqueza que representan los buenos ejemplos.

Todos tenemos ese alguien que admiramos, no en términos absolutos porque la vida no funciona en absolutos, sino en pequeños segmentos del gran todo de la existencia: admiramos cómo se comporta alguien, admiramos su calidad de madre, padre, hijo o hermano. Podemos admirar cómo lleva los negocios, cómo lleva su vida familiar, su solidaridad con los amigos, cómo lleva su matrimonio, su disciplina ante la vida, la dulzura que tiene cuando saluda, el carisma con que lidera su equipo de trabajo, su generosidad ante los que menos tienen, y así, un sin fin de talentos que uno ve en los demás y que sirven de inspiración.

La vida es un camino lleno de sorpresas y nuestra actitud ante ella será nuestra mejor aliada o la peor enemiga. Los modelos de inspiración son fundamentales en la intención de mejorar continuamente, particularmente de mantener la esperanza ante un mundo que presenta hechos incomprensibles. Supongo que es parte de la historia de la humanidad eso de que todo es cíclico, pero los buenos ejemplos también lo son.

Mucho me temo que este artículo suene a un inserto de autoayuda, sin desmerecerla, ese no es mi tema. Simplemente quiero resaltar que para construir una mejor sociedad necesitamos de buenos ejemplos que no queden de la boca para afuera, personas que inspiren profundamente a hacer el bien y a actuar bien. Si tanta gente grita no es por loca, es porque algo está enloqueciéndonos. El comportamiento humano sigue siendo un gran misterio. Lo que se sabe en el campo es muy poco comparado a todo lo que resta por conocer; sin embargo, es innegable reconocer el sentimiento que desprenden las acciones y las personas buenas.

Mi abuela fue íntegra, no fue perfecta, hizo todo en un poder para ser su mejor versión, un tesoro inconmensurable. ¡Qué corazón más grande, qué capacidad para dar.! Me quedo corta en palabras, pero cuando la vida me pruebe, cuando la vida pregunte en cada circunstancia ¿qué tipo de personas eres?, quiero ser lo más parecido a esas personas que me motivan e inspiran a ser mi mejor versión.

Vivimos quejándonos de la porquería que se ve por todos lados. Si seguimos enfocando nuestra atención en eso, solo veremos más de lo mismo. El trabajo no es de nadie sino de cada uno de nosotros. Hace mucho tiempo que escribí una de mis novelas, El libro de Olga, en el que uno de los personajes secundarios tiene un acto que le pesa en la conciencia y frente a eso recuerda la frase de una persona cercana que dice: “Somos personas buenas haciendo cosas malas…”. En ese caso, vivían en una dictadura y la posibilidad de escoger era bastante reducida; aun así lo reconocía. En otra novela que escribí, La chica, el personaje principal recuerda continuamente la dignidad como fuerza principal para encarar la vida. Paradójicamente ella buscaba actuar de manera digna, pero su visión era absolutamente distorsionada. Con esto quiero recalcar que los absolutos conceptuales no existen, pero sí los absolutos de la inspiración y su tejido de principios como brújula en la búsqueda de la coherencia. Agradezco profundamente todos los buenos ejemplos a mi alrededor, hoy en particular el de mi abuelita.