Martin Pallares | Lo que esconde el pañuelo de Esther Cuesta
El problema es todo un sector de fanáticos correístas que seguirá aferrándose a la santidad de sus líderes
Lo de la asambleísta Esther Cuesta colocándose en su cabeza un pañuelo para apropiarse de la imagen de las madres de la Plaza de Mayo de Argentina, con el fin de salir a defender a Jorge Glas, tiene un significado que va mucho más allá del inmenso ridículo que supuso. Su gesto lleva la impronta de un evidente desquiciamiento que esconde un mensaje de adhesión religiosa a un dogma de fe al que ella y otros se resisten a renunciar. Es la evidencia trágica del estado de conmoción que produce el derrumbe de una convicción que ha perdido ya cualquier resquicio de racionalidad y se convierte en un ejercicio de devoción religiosa. Esther Cuesta trata de posicionar una imagen de santidad y martirologio: sus ojos haciendo agua al final del video es el detalle.
Está claro que lo que hizo Cuesta es la evidencia de que para ella se acabó la esperanza de ver libre a su apóstol, no solo de la prisión sino del estigma que tiene de corrupto y perverso. El problema es que no solo es ella, es todo un sector de fanáticos correístas que seguirá aferrándose a la santidad de sus líderes a pesar de toda evidencia en su contra.
No es gratuita la aparición de esta imagen de madre de la Plaza de Mayo criolla: ocurre precisamente luego del regreso de su apóstol a la cárcel y de los contundentes elementos de convicción que han aparecido en contra de él en el juicio a Carlos Pólit, en Miami. Que los funcionarios de esa empresa aparezcan otra vez para insistir con los mismos testimonios, incluso agravados, de que Glas recibió coimas, debilita fatalmente dos falacias que Cuesta y los suyos han repetido como mantra: que los juicios contra Glas son ‘lawfare’ y que la anulación del proceso en contra de Lula demuestra que todos los acusados por el escándalo Odebrecht son inocentes. Cuando la esperanza desfallece, aparece la fe ciega.
Asumir toda la simbología de una lucha relacionada con la búsqueda de hijos y nietos también esconde un inconsciente deseo de relacionar a Glas con la figura de los desaparecidos, quizá porque en las actuales circunstancias es preferible que el exvicepresidente sea eso: un desaparecido.
Pero lo más grave de todo es que Cuesta banaliza y prostituye una causa que es parte fundamental de la historia continental de las más dignas luchas por la vida y el humanismo. Su aparición con el pañuelo en la cabeza para apropiarse de la causa de las madres y abuelas de Plaza de Mayo es, ese sí, un pecado venial.