Premium

Martin Pallares: Pabel y la infame compra de 22 carros

Avatar del Martin Pallares

La decisión de Pabel Muñoz de hacer la compra de los 22 vehículos fue, además, groseramente inconsulta

La compra de 22 vehículos para uso exclusivo de los concejales de Quito resume gran parte de lo malo y cochino que tiene la clase política nacional.

Políticos como el alcalde Pabel Muñoz están convencidos de que el funcionario público pertenece a una casta de privilegiados que merecen una calidad de vida superior a la del mandante común y corriente: un concejal ya superó la categoría de usar transporte público y si tiene que hacer trabajo político en lo que los bobos del nuevo lenguaje llaman territorio, deben hacerlo transportándose en un carro comprado con dinero público pero que sea para su uso exclusivo. En realidad el dinero pagado por un Municipio para carros de sus concejales debe ser uno de los más mal gastados que mente alguna pueda imaginar. Para comenzar, con cuatro o cinco vehículos para el Concejo se puede solucionar lo del transporte a ‘territorio’, donde los concejales, en realidad, lo único que hacen es promoción política. Para cada visita que hagan, que seguramente no serán más de tres a la semana, perfectamente podrían coordinar, como se hace en las redacciones de los medios de comunicación, con pedidos hechos con anticipación a un administrador que gestiona el uso de los vehículos. Y para llegar a las sesiones del Concejo, bien podrían usar transporte público, taxi o hasta en el bus del Municipio. No hay que ignorar también que casi todos tienen carro propio o ingresos que les podrían facilitar comprar, en cuotas, aunque sea uno pequeñito.

La decisión de Pabel Muñoz de hacer la compra de los 22 vehículos fue, además, groseramente inconsulta: la gran mayoría de concejales no fue consultada y, como si fuera poco, la entrega se hizo casi en clandestinidad, como si se quisiera ocultar algo. El Concejo tampoco tuvo un debate para decidir si se justificaba el gasto de los $ 670 mil que costó el chiste, que no solo pagan los quiteños sino todos los ecuatorianos.

Absoluta relajación fiscal, cero empatías con las necesidades de la ciudad, falta de planificación, abuso de autoridad y hasta gusto de nuevo rico se juntan en la decisión de Muñoz. Ese dinero, que no es poca cosa, pudo haber sido invertido mucho mejor si el alcalde tuviera idea de las necesidades de los quiteños o si no tuviera la visión de nuevo rico forjado en la administración pública.