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Martin Pallares: Lo de Trump le gusta a China y Rusia

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El tufo a racismo y perversidad que hay en la cacería de migrantes es una parte de la construcción de una antipatía mundial

Uno de los peligros de Donald Trump es que los líderes populistas y autoritarios de la región y del resto de tercer mundo que se jactan de antiestadounidenses terminen siendo bien vistos. Los Petro, los Maduro, los Correas pueden convertirse en héroes y referencia de generaciones enteras si desafían el poder perverso que Trump está ejerciendo en el mundo. Y esto se explica no solo por las amenazas de guerras comerciales que hace si los países no se someten a su voluntad, sino por su bárbara decisión de destruir toda la herencia de imagen positiva que su país ha ido construyendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y, particularmente, desde la Guerra Fría. Su propuesta para Gaza, por ejemplo, es de terror: sacar a la gente y hacer un ‘resort’ para millonarios.

EE. UU. ha sostenido su buena imagen en lo que el politólogo Joseph Nye definió en los años 1990 como el ‘soft power’ o poder suave, en su traducción al español. Según Nye, el poder suave consiste en la “habilidad de influir en otros países por la atracción y la persuasión y no únicamente por la coerción y el pago”. Este ‘soft power’ no solo es político sino también cultural. El modo de vida de los EE. UU. se hizo popular en el mundo entero, que durante años se ha rendido ante los encantos de su música, artistas, cine, vehículos, costumbres y hasta de su moda. Pero Trump está empeñado en destruir toda esta infraestructura cultural y política. El tufo a racismo y perversidad que hay en la cacería de migrantes y las amenazas de someter a países pequeños como Panamá solo es una parte de la construcción de una antipatía mundial. Otro factor es la desarticulación de la agencia de desarrollo USAID, que ayuda a sectores vulnerables de las sociedades.

Estados Unidos ha cometido su cuota de crímenes y errores garrafales, sin duda, pero también tiene un largo historial de altruismo (pensemos en el Plan Marshall).

Mientras esto ocurre, dos potencias antidemocráticas, China y Rusia, se frotan las manos. Son dos países que también tienen un inmenso poder militar, pero que no han logrado ejercer influencia en el mundo con ‘soft power’.

La posibilidad de que estos líderes autoritarios y populistas se conviertan en referentes positivos no es nada bueno para la democracia. También está el riesgo de que los autoritarios aliados de Trump terminen siendo la nueva generación de Somozas.