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Mauricio Velandia: En el centro de la nada

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Todo este panorama refleja que cada país se debate entre extremos de confrontación

En política, el término ‘centro’ agrupa a una posición ideológica que busca equilibrio entre ideas de izquierda y derecha. Suele promover políticas que combinan aspectos de ambas corrientes. Defienden la economía de mercado con ciertas regulaciones, así como programas sociales.

El concepto político de centro tiene sus raíces en la Revolución francesa de 1789, durante las sesiones de la Asamblea Nacional. Los radicales sociales se sentaban a la izquierda del presidente de la Asamblea, los conservadores a la derecha, y los moderados o centristas en el centro. Hoy el político militante de centro enfrenta varias críticas: (i) falta de definición clara en todo; (ii) oportunismo político para saltar, de un lado a otro, cómodamente, adoptando posturas en busca de ‘likes’; (iii) compromiso excesivo con lo imposible, pues prometen humo mediático; (iv) falta de visión a largo plazo con promesas a corto plazo, sin profundidad; y (v) posiciones políticas poco valientes para no ser calificados como parte de alguno de los dos extremos, pero con mucha verborrea diaria.

Por estos días Francia, Inglaterra y Estados Unidos están en procesos políticos. Cada uno de estos países reflejan protagonismos y consecuencias de ser de centro, izquierda o derecha. Francia ha cambiado en los últimos años. París agrupa un movimiento empresarial interesante. Con Macron las cifras reportan la creación de empleo y nuevas empresas generadas en políticas de reducción de impuesto. Pero la gente en Francia prefiere un gobierno de derecha para estar a tono con lo que ocurre en la mayoría de Europa y en ese descontento, además, está la oposición de izquierda que ataca al presidente. Macron dio saltos de un lado a otro y eso lo perjudicó, en una época donde los extremos y polarizaciones mandan en la psiquis del ser humano. En Inglaterra la cosa anda también en disputa. Está a punto de ganar el partido laboralista las elecciones a primer ministro. Ahora quieren algo más social. El crecimiento económico está en riesgo en cabeza del actual gobierno y los conservadores entraron en caos al promulgar el Brexit que los dividió. Además, cada ministro conservador que llegó, borró lo que había hecho el anterior y no prolongó lo bueno. Todo se atrasó, capturado en la mirada al retrovisor. Starmer, quien representa a los laboralistas, no promulga un socialismo radical. Promete dinamismo a la economía aumentando impuestos, tal como lo haría un gobierno conservador, pero reforzando los derechos de los trabajadores, erradicando la desigualdad y entrando en el reparto de subsidios. No quieren centros, quieren extremos. En EE. UU., Biden, demócrata de corte social, aspira a un segundo mandato presidencial. Ha impulsado la tecnología verde, pero le ha apostado a la intervención en lugar de la libertad para impulsar la economía. La clave en las próximas elecciones será el tema de competencia comercial con China; bajo su gobierno se impusieron aranceles a los vehículos eléctricos, sin descontar la guerra comercial por los chips, necesarios para el desarrollo de la inteligencia artificial, que será el impulso de la nueva economía mundial. Trump crece y lo señalan como el único que puede restablecer el poder de EE. UU., a punto de perderse, pero los temas penales lo persiguen.

Este panorama refleja que cada país se debate entre extremos de confrontación. Nadie quiere ahora un ‘centro’ acomodado. En Ecuador, las declaraciones de Noboa en el New Yorker, criticando a Milei y a Bukele y, por otro lado, ensalzando a Lula, permiten percibir que quiere presentarse como de centro. Puede ser un salto a la nada con chaleco antibalas.