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Mauricio Velandia: Me robaron el Premio Nobel

Avatar del Mauricio Velandia

Uno labra su futuro. No depender de las instituciones del Estado para ganar sino depender de las herramientas propias

Ahora la moda al interior de la ciencia económica es responder por qué un país fracasa. En ese tema se basó la entrega del Premio Nobel de Economía de este año, que desarrolla una respuesta fundamentada en el esquema de instituciones del Estado, dividiéndolas en “inclusivas” (las que comparten la prosperidad) y “extractivas” (aquellas en las que un pequeño grupo toma del resto). La teoría premiada define que el nivel de vida de una persona no está determinado por el talento o el trabajo duro, sino por el momento y el lugar de nacimiento, en la medida que el ser depende de la calidad del gobierno de ese lugar y de la clase de instituciones que tenga.

Pues bien, yo no le creo a ese cuentico. Entro a opinar, sin dejar de afirmar que el Premio Nobel es un premio eminentemente occidental y no oriental, y eso ya le quita mucha credibilidad universal a la marquilla.

Crecí bajo el concepto de creer en mis propias herramientas, y lo recomiendo. Nací en una sociedad donde el proceso evolutivo se basa en que el hijo de quien solo tuvo primaria, tendrá secundaria; el hijo de quien tuvo secundaria, tendrá universidad; el hijo de quien tuvo universidad, tendrá especialización; el hijo de quien tuvo especialización, tendrá PhD; y quien tiene PhD generalmente se va del país de origen y si no, su hijo sí lo hará, a no ser que exista una empresa familiar, donde el concepto de riqueza sea el ancla. 

Entendí que existió un pasado donde todo surgió de una conquista y veo que la vida se repite en cualquier escenario bajo ese parámetro, a través del romanticismo o de la confrontación. Tuve oportunidad de observar que es mejor pensar como ganador que como perdedor. Mi teoría, a diferencia de lo que digan los del Premio Nobel, es que la inclusión o exclusión de la fiesta se la da uno mismo y no el entorno ni una institución. Cuando me gradúe trabajé 16 horas mientras que mis compañeros trabajaban ocho. Comencé a leer periódicos todos los días. Primero nacionales y luego internacionales. Las religiones de cada parte que me topo me han hecho entender al ser humano en su angustia de tener dinero para darse gusto.

 Todos queremos ser ganadores. Se envidia al ganador bajo su lado amable, que no es otro que el reconocimiento de que alguien pudo lograr lo que también pueden lograr otros. El ganador se cuida, es proactivo, observa con detenimiento por dónde bajará el agua de la montaña si llueve y controvierte, porque sabe que en espacio vacío está lo nuevo. El perdedor se queja, se victimiza, sufre grandes temores en sus riesgos, le da miedo soñar, ser diferente. Y me he dado cuenta de que la mayoría de estudiantes con excelencia académica tienen castrada la función de emprender negocios propios y prefieren ser empleados de por vida, haciendo todos los días lo mismo, como el odontólogo que se levanta a ver cordales todos los días. La vida es una y se va. Es un error arraigarse a un puesto de trabajo. El trabajador es necesario y cumple su función. Pero mejor no perder las ganas de ser su propio jefe.

Uno escoge su camino, labra su futuro. No depender de las instituciones del Estado para ganar sino de las herramientas propias. El dolor de muela es muy individual. No creo en premios Nobel. Creo en mí. Esa es mi experiencia.

No he visto al presidente Noboa enseñándole a los niños y adolescentes ecuatorianos a ganar. Miren cómo el fútbol ecuatoriano tiene filosofía ganadora. El cambio fue mental, de cada jugador, y aportó al grupo. Espero mi Premio Nobel. Hoy lo pinto en casa. Mi propio premio.