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Mauricio Velandia: El patrón del mal

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La historia se repite con trazo y características ya vividas en México y Colombia. Fueron muchos los muertos en esa guerra contra el negocio ilícito

La distopía está definida como una sociedad ficticia donde sus miembros piensan y se comportan negativa e indeseablemente; concepto creado como antónimo a la palabra utopía, entendida esta última como concepto ficticio ideal de difícil realización. Lo que se vive actualmente en el mundo es una confrontación bastante pesada de polarización política interna en cada país. Suena a distopía real. Ese entorno de polarización hace que gran parte de la sociedad disfrute con alegría la crucifixión del gobernante de turno, de su equipo de gobierno, o el que un integrante de la oposición caiga en desgracia. Disfrutamos el mal ajeno de acuerdo con la línea ideológica que se posea. Celebramos el chisme, el rumor, las cifras negativas, los errores en discursos, las malas conjugaciones verbales, la mala pose en una foto, y admiramos a los que prenden fuego de lado y lado. Pues bien, Ecuador está en guerra interna contra el terrorismo y además en una guerra política: hace poco se utilizó una figura denominada técnicamente como muerte cruzada. Conversé hace dos años con un gran amigo en Ecuador acerca de lo que se avecinaba para el país, cuando apenas se comenzaba a hablar de una ola de ascenso producto del negocio del narcotráfico. En ese instante le recomendé conseguir la serie de televisión El patrón del mal, que narra la historia de los inicios del narcotráfico en Colombia bajo la sombra de Pablo Escobar, y donde se puede observar cómo el veneno del narcotráfico comienza a contagiar el día a día de un país: entrada de dineros a campañas políticas, dádivas a funcionarios judiciales, entrega de subsidios a comunidades vulnerables para ganar adeptos, participaciones en sociedades o empresas fachadas, sicarios, penetración en entes policiales o del ejército, creación de bandas armadas privadas, desalojo de tierras, persecución periodística, asesinatos de candidatos, prostitución, coimas, bombas en carros y edificios y toda una economía informal que comienza a girar en torno a las grandes cantidades de dinero que mueve esa industria ilegal. Era la historia que yo viví en mi adolescencia en Colombia bajo el Cartel de Medellín y el de Cali. La misma historia que podría ser analizada con rasgos muy similares en México, donde se presentó el mismo desarrollo de hechos que puede ser consultado en las series Narcos I, II y III en Netflix. Ecuador vive un momento complejo al estar asediado por el narcotráfico y organizaciones delincuenciales. La historia se repite con trazo y características ya vividas en México y Colombia. Fueron muchos los muertos en esa guerra contra el negocio ilícito. Es hora de decidir si se toma el mismo camino de esos países que llevan en guerra más de 30 años y donde el negocio aún está presente. Siento mucho decirlo, pero el dinero del narcotráfico es muy grande y corrompe el poder en todas sus formas y franjas. Muy lejano que Ecuador caiga en una utopía y pueda lograr un consenso nacional donde las bandas terroristas se desarmen, se retiren del negocio, entreguen gran parte de su dinero al Estado como multa o sanción y que ese dinero se invierta exclusivamente en educación para la nueva generación, que hasta ahora comienza estudios primarios y que, pasados 20 años (2044), habiendo educado a toda una nueva generación en la secundaria, seamos un país diferente. Es una forma de ganar la guerra, pero ello es una utopía. Al parecer el camino es la guerra frontal.