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Medardo Mora: La honestidad

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La deshonestidad nos ha causado mucho daño a los ecuatorianos, hay que combatirla

La honestidad es esencial en los seres humanos. Una persona honesta genera confianza en la amistad, en el trabajo; es sincera, recíproca, responsable, leal. Inversamente, el deshonesto no es confiable, es mentiroso, no conoce de lealtad y gratitud; busca sacar provecho de todo lo que dice y hace, no tiene vergüenza.

Debemos tener cuidado en las relaciones con personas deshonestas que causan normalmente perjuicio, conocer a los personas por sus actos. Hay quienes cuando les conviene usan la lisonja para agradar. No se debe creer todo lo que nos dicen para no tener amargas decepciones, evitar recibir favores de pícaros generosos. Existen pillos que hablan de honestidad para que otros pícaros no les hagan competencia.

En toda actividad existen personas honestas y deshonestas, la gran mayoría obra de buena fe y entrega su aporte en sus compromisos personales o de trabajo; contrariamente, hay quienes tratan de beneficiarse del esfuerzo ajeno y su aporte a la sociedad es escaso o nulo.

Es legítimo que en la actividad política existan ideologías o creencias diferentes, opuestas; lo que no es aceptable es que se defienda la corrupción que cometen copartidarios o amigos que se enriquecen ilícitamente con fondos públicos que nos pertenecen a todos. Aceptar esa conducta es ser cómplices o encubridores del robo al país. Por ello aplaudimos a la Fiscalía General del Estado, que en los casos Metástasis, Purga y Plaga ha puesto en evidencia parte de la red de traficantes de la moral, que incluyen funcionarios públicos, jueces, fiscales, abogados, empresarios, dirigentes gremiales, académicos, que han perjudicado al país.

Nada realiza más en la vida que vivir digna y honorablemente. El tiempo y la conciencia, supremos jueces de nuestros actos, nos dirán si hemos actuado bien o mal, si hemos perjudicado a otros.

La deshonestidad nos ha causado mucho daño a los ecuatorianos, hay que combatirla; no se trata de vivir para llegar a los altares, pero sin honestidad nada tiene valor, es repudiable.

Debemos practicar el precepto de nuestros aborígenes: “no mentir, no robar, no ser ocioso”; lo recoge la Constitución.