Cambio de paradigmas

Existe un consumismo desbordado; tener dinero se volvió un objetivo de vida y se abandona lo que antes fueron los más importantes paradigmas
Por los resultados de la última elección presidencial se ha elucubrado sobre las razones que incidieron en el sorpresivo resultado.
Lo real es que el mundo ha cambiado, las nuevas generaciones viven en un ambiente donde las redes sociales influyen decisivamente en su manera de pensar y actuar, se priorizan otros desafíos, como la protección del ambiente, la equidad de género y prevalece el individualismo; cada uno se preocupa de sus logros y poco por lo que sucede en la sociedad. Se vive con ansiedades, tensiones, aceleradamente. Existe un consumismo desbordado; tener dinero se volvió un objetivo de vida y se abandonó lo que antes fueron los más importantes paradigmas: dignidad, el cultivo de valores, la producción de bienes y servicios. El mercantilismo es la más creciente actividad.
Aparte del irrefrenable desarrollo tecnológico que nos vuelve dependientes del teléfono móvil y la informática, la humanidad ha experimentado remezones, como el movimiento pro igualdad y liberalidad iniciado en París en 1968, que se extendió por el mundo entero, cuyo primer efecto fue la masificación de la educación universitaria a costa de sacrificar su calidad; la caída del Muro de Berlín globalizó la economía, se comenzó a pensar en una competitividad internacional, a privilegiar el comercio entre países, a buscar integraciones a través de convenios comerciales. Así nace la Organización Mundial del Comercio.
A los hechos señalados hay que agregar el auge del negocio del petróleo a inicios de la década de los años 70 del siglo pasado, con la creación de la OPEP. Los petrodólares invadieron las entidades financieras, que al ser un recurso estatal contribuyó a la desenfrenada corrupción imperante. Muchos encontraron una forma fácil de enriquecerse a través de traficar con los recursos públicos derivados de este combustible fósil. Este ha sido el medio que más ha contribuido al enriquecimiento ilícito, que se puso de moda, al extremo de que se ha vuelto normal la comisión de este delito y se da poca importancia a tan reprochable actitud que perjudica a todos. La decencia queda como una buena costumbre del pasado.