Impuestos y costo de vida

Si hubieran buenos servicios públicos no habría reproches en contribuir para que estos se mejoren, pero los nuevos tributos lo que hacen es encarecer el costo de vida’.
La decisión de los gobiernos provinciales de Pichincha y Manabí de incrementar el valor de la matrícula vehicular, revelan la realidad y desamparo que vivimos los ecuatorianos. A la subida de impuestos que estableció el Gobierno nacional con la Ley de Sostenibilidad Fiscal, lo hecho por los referidos entes autónomos demuestran que a los gobiernos nacional y seccionales lo único que se les ocurre es hacerle pagar al ciudadano el costo de la ineficiencia y corrupción imperante en instituciones estatales.
Si hubieran buenos servicios públicos no habría reproches en contribuir para que estos se mejoren, pero los nuevos tributos lo que hacen es encarecer el costo de vida; inversamente no hay austeridad en el gasto público, se mantiene una frondosa burocracia, que lejos de comprender la función pública tiene como su primer deber el servicio a la sociedad. Un funcionario tiende a creerse importante y desde su cargo pequeño o grande, sentir que está investido de un poder que lo faculta para tratar como subordinado al ciudadano, que debe ser el destinatario de una ágil y justa respuesta a sus peticiones, comprendiendo que el mandante es el ciudadano y el mandatario el funcionario a quien se elige o designa para desempeñar un cargo y para que canalice una honesta y eficiente administración de recursos públicos. Corregir el déficit fiscal es importante, pero lo prioritario es el bienestar común, disminuyendo y aliviando la pobreza y angustias que sufren muchas familias.
El Ecuador viene ensayando sin éxito tener un gobierno que garantice a los gobernados el pleno ejercicio de sus garantías fundamentales y una convivencia pacífica, ordenada, justa; esa es la esencia de una democracia, un gobierno al servicio del pueblo y no una población destinada a rendir pleitesía al gobernante de turno, preocupado por contentar amigos y partidarios, a los que se unen especialistas en lisonjas que saben muy bien que si algún defecto tiene el ser humano, aparte de su egoísmo o envidia, es su descontrolada vanidad. Los hombres trascienden en la historia por su desprendimiento y servicio en favor de todos y no de unos pocos.