El principio de autoridad

Si un gobernante carece de influencia en el conjunto de la sociedad se resquebrajan la autoridad y la paz social
Una autoridad es indispensable en toda organización y mucho más en un Estado. Para ello se eligen mandatarios que en representación de la sociedad lo administren y protejan el orden ciudadano, investidos de facultades legales para que conduzcan el país, sin exclusiones ni privilegios, por el rumbo más favorable para todos. Cuando se actúa siendo consecuente con las aspiraciones ciudadanas se genera confiabilidad, se construye autoridad, se crea gobernabilidad.
Esa autoridad puede ser establecida con el uso de la fuerza, o mediante la persuasión cuando el gobernante demuestra sinceridad, honestidad, conocimientos sobre fines, funciones, historia del Estado, de la compleja y controvertida realidad social, sus causas y efectos, los intereses de grupos, se rodea de colaboradores con experiencia, especializados en sus respectivas áreas, y obra responsablemente, sin improvisar, la cual es una actitud censurable.
En un Estado de derecho la autoridad nace de la ley, no de la imposición; tratar de imponerla la vuelve autoritaria, despótica. Quien hace lo que le parece y no lo que la ciudadanía espera de él, fracasa. Su gobierno degenera en autoritarismo, opuesto a una real democracia.
Es hipócrita hablar de democracia y gobernar de acuerdo a una visión sectaria, ególatra, divorciada de los anhelos colectivos. El que obra leal y correctamente no necesita dar órdenes. La mayoría lo respalda espontáneamente, lo respeta e incluso admira. Quien privilegia intereses de su grupo de amigos o partidarios se aleja cada vez más del apoyo ciudadano. A manera de ejemplo, un profesor que sabe su materia no necesita imponer orden, castigar; el estudiante lo escucha con atención.
Actualmente en el Ecuador sus tres Poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial no gozan de confianza y credibilidad social; tampoco la tienen los organismos de control y electorales. Aquello explica el mayoritario descontento social, que llega al punto de desear que cambie la situación sin pensar en efectos venideros.
Si un gobernante carece de influencia en el conjunto de la sociedad se resquebrajan la autoridad y la paz social.