Anarquía, poder y narcorepúblicas

"En resumen, políticos corruptos gozando del poder, al servicio de los zares de la droga; y el pueblo hambreado, temeroso y jodido"
Los levantamientos sociales en los países donde gobernó el socialismo del siglo XXI no deben ser analizados superficialmente como una oposición a la política económica neoliberal de los gobiernos de derecha que afrontaron las consecuencias del despilfarro y corrupción de los gobiernos socialistas que los antecedieron, sino como un proceso nacido en el Foro de Sao Paulo y perfeccionado en Puebla, estableciendo a la anarquía como herramienta en la destrucción de la institucionalidad, instauración del irrespeto a la autoridad, vandalismo, saqueo, destrucción de la propiedad pública y privada, y paralización de la producción; deteriorando la situación económica de una nación, haciendo creer al pueblo que esa es la forma de ejercer el poder popular. Promotores de esta ideología anarquista son Cuba y Venezuela, donde la corrupción e impunidad de la clase política en el poder es burda; aliados al narcotráfico y a la narcoguerrilla responsable del entrenamiento de los comités de defensa de la Revolución Ciudadana.
La logística de las revueltas en Ecuador, Colombia, Chile, del 2019 y del 2020 son costosas; bombas molotov, escudos y bazucas caseras, alimentación, traslados, troles, etc. La pregunta clave es: ¿quién las financia? Es en ese momento donde entran en escena los carteles de la droga, financistas de las campañas de quienes ostentaron el poder por una década, bajo el rótulo del socialismo del siglo XXI, identificado hoy como un cartel delincuencial. La simbiosis fue evidente. El poder político convirtió a sus países en narcorepúblicas, en las que se transportaba, sembraba, acopiaba, exportaban drogas y se blanqueaba el dinero producto de dichas operaciones; es así como por ‘default’ se disparó la inseguridad, el chulco, el sicariato, el micro y macrotráfico, etc. En resumen, políticos corruptos gozando del poder, al servicio de los zares de la droga; y el pueblo hambreado, temeroso y jodido. Escenario perfecto para propiciar la anarquía ante el descontento popular, para que los corruptos retomen el poder y los carteles de la droga recuperen sus narcorepúblicas.