La calentura no está en las sábanas

La Corte Constitucional evidentemente está ideologizada y politizada. Seis de los nueve jueces constitucionales actúan con sus propias agendas ideológicas y los otros tres constituyen la excepción que confirma la regla.
En los últimos años, algunos fallos de la Corte Constitucional han merecido severas críticas; ejemplo: el del matrimonio igualitario, el del aborto, contradiciendo flagrantemente la norma constitucional del artículo 11, que el Estado reconoce y garantiza la vida, incluido el cuidado y protección desde la concepción; y el fallo que establece el respeto al derecho de los adolescentes al libre desarrollo de la personalidad, incluyendo la toma de decisiones respecto a su sexualidad, con base en el derecho a la “libertad general de actuación humana y a su dignidad”. Bajo tal principio, a partir de los 14 años los adolescentes pueden consentir una relación sexual.
Recordemos que la Constitución de Montecristi es garantista y que por más absurdas que resulten sus normas, los jueces constitucionales son custodios del respeto a las disposiciones contenidas en esta. Así pues, por ejemplo, podría darse el caso de que una pareja de adolescentes de 14 años tengan relaciones sexuales consentidas, producto de las cuales tienen un hijo. Dado que los menores de edad, por ley están impedidos de trabajar, cabe preguntarse: ¿cuál es el derecho superior a proteger? ¿El del sustento digno del recién nacido o la satisfacción sexual irresponsable de los adolescentes?
Resulta paradójico, ilógico y ridículo que los menores de edad, a los 14 años, puedan decidir tener sexo, a los 16 elegir presidente, ser penalmente responsables a los 18 y que sean mantenidos por sus padres hasta los 21.
Una vez más queda demostrado, que la Constitución de Montecristi es, por decir lo menos, una colcha de bregué, hecha en función electoral; con “derechos” absurdamente ilógicos y contradictorios, cuyos preceptos sesgados política e ideológicamente deben ser protegidos por los jueces constitucionales, lo cual nos lleva a concluir que la calentura no está en las sábanas sino en la Constitución.