Modesto Apolo: El declive social
Reconocer la importancia de restaurar el equilibrio entre la libertad individual y la responsabilidad social es crucial
Desde finales del milenio pasado e inicios del presente, la sociedad ha abrazado la idea de la libertad individual y la permisividad como principios fundamentales, enfoque que ha llevado a la desaparición gradual de valores básicos, como el orden, la disciplina y el respeto a la autoridad.
Este fenómeno se manifiesta desde el comportamiento de los niños en espacios públicos. Es común observar a niños que, bajo la mirada indiferente de los adultos, irrumpen con gritos y juegos descontrolados en iglesias o restaurantes, perturbando la paz y el disfrute de quienes los rodean, sin que pase nada. Así tenemos luego adolescentes irreverentes, quienes en su mayoría de edad, asumen cada vez menos responsabilidades, pero siendo más dependientes de los padres, dando como resultado la generación denominada ‘de cristal’, por su fragilidad.
Esta falta de límites y normas establecidas refleja una pérdida de la autoridad y el orden, pilares fundamentales para el funcionamiento armonioso de la sociedad.
Priorizar la satisfacción inmediata de deseos individuales sobre el bien común y el irrespeto por las normas sociales básicas, ha dado como resultado la anarquía social en la que el irrespeto a la ley, a los reglamentos, a la autoridad, a los procedimientos e incluso a los bienes materiales, no se diga a la vida, se lo asimila como algo común; se lo tolera, se lo asume como normal. Por eso se irrespetan procesos, se remata la justicia, el poder se corrompe, reinando la delincuencia en la anarquía.
Reconocer la importancia de restaurar el equilibrio entre la libertad individual y la responsabilidad social es crucial.
Esto implica promover desde el hogar, escuela, colegio y universidad, una educación que enseñe el respeto por los demás, por las normas establecidas, así como fomentar una cultura de disciplina y orden que trascienda el ámbito familiar y se refleje en todas las esferas de la vida pública.
Solo así podemos aspirar a reconstruir una sociedad donde la convivencia pacífica y el bienestar común sean prioridad sobre los intereses individuales, evitando que continúe el declive social.