Monica Cassanello | Nostalgia salinera

No estoy idealizando al balneario del ayer, y tengo muy claro que los jóvenes buscan la fiesta
Cada año, antes de la entrega de los premios Óscar suelo ver la mayoría de las películas nominadas para tener una favorita. Esta vez escogí la brasileña Aún estoy aquí, que ganó en la categoría de Mejor Película Extranjera, aunque para mí se merecía más el Óscar que Anora. Pero más allá de la estupenda ambientación de la película, de la excelente actuación del elenco, sobre todo de su protagonista -quien para mí merecía el Óscar a Mejor Actriz-, lo que me atrapó fue la forma en que la cinta incorpora al espectador a la cotidianidad de la familia alrededor de la cual gira la historia. Vivían en Río de Janeiro, frente al mar, y desde el interior de la casa se escuchaban las olas reventando. Tal como se escuchaban en el Salinas de mi niñez. Eso hizo que me llegaran recuerdos de la tranquilidad que se disfrutaba en ese balneario en los 70 y 80, y de la libertad y seguridad con que podíamos caminar por el malecón, jugar en la arena y bañarnos en el mar.
Hace poco estuve allí, tras un largo periodo sin visitarla, y con pena constaté lo que me habían contado. El silencio y la calma no existen más en Salinas. Siempre hubo bullicio en el Malecón, sobre todo en feriados, cuando pasaban carros con parlantes en el exterior tocando música a todo volumen; pero hoy no existe tregua: hay escándalo día y noche, tanto en el malecón como en las calles traseras. También me entristeció la falta de mantenimiento de la ciudad; su belleza natural no alcanza para contrarrestar el descuido y el desorden reinante. El exceso de letreros de todas las formas y colores y las veredas invadidas y con desechos le dan una imagen decadente. Pero como si ello no bastara, a la contaminación auditiva y visual se suma la inseguridad, el mal que agobia sobre todo a la Costa y del cual Salinas no se salva. Robos, balaceras y sicariatos van en ascenso.
No estoy idealizando al balneario del ayer, y tengo muy claro que los jóvenes buscan la fiesta y la celebración pero podrían establecerse horarios y regulaciones que limiten la algarabía para que todos puedan divertirse sin afectar a quienes vamos en busca de descanso y que disfrutaríamos mucho poder escuchar nuevamente al mar desde nuestras casas, con el rítmico reventar de las olas.