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Nuestra bomba nuclear

Avatar del Mónica Cassanello

Sucedió primero en Guayaquil y hoy la inseguridad se expande a todo el Ecuador.

Ha causado furor aquí y en el resto del mundo el estreno de Oppenheimer. Tres horas de película que finalmente nos dejan pensando en cómo aquel 16 de julio de 1945 con la prueba Trinity se abrió un portal con consecuencias ilimitadas de destrucción. Solo cuando se lanzó la primera bomba nuclear sobre Hiroshima realmente se pudieron vislumbrar las dimensiones devastadoras de un ataque de este tipo, que afecta no solo el lugar donde se genera la bola de fuego inicial, sino al amplio radio hasta donde la onda expansiva propaga la radiación.

En Ecuador explotó una bomba nuclear a fines de la primera década de este siglo. Se quitaron todas las barreras que pudieron al menos haber menguado su acción y la bola de fuego quemó a quienes se encontraban más cerca de las fronteras, del perfil costero, en barrios marginales y en las prisiones, pero la mayor parte de la población no lo advirtió. Al entrar en la siguiente década, la onda expansiva empezó a hacer mella: el microtráfico se apuntaló con la tabla de consumo de drogas e invadió escuelas y colegios; se descubrieron pistas clandestinas y migrantes entraron por miles, sin control. El efecto radiactivo entonces se hizo notorio: se multiplicaron las muertes en clínicas de ‘desintoxicación’ ilegales, y ya en la presente década se incendiaron las cárceles, se desbordaron los sicariatos y los secuestros. Sucedió primero en Guayaquil y hoy la inseguridad se expande a todo el Ecuador. De nada sirve ya culpar a nuestro Oppenheimer. Es el presidente que resulte electo el 20 de agosto quien deberá iniciar (su corto período no le alcanza para más) un plan de regeneración del país, pero no solo enfrentando con contundencia a la delincuencia organizada. A la par debe reformar la educación en su sentido amplio, de formación integral en valores, en ciudadanía y en cultura; en enseñanza de oficios y tecnología; y en práctica intensiva de deportes, para dar a niños y jóvenes opciones de futuro, pues actualmente solo pueden ‘hacer carrera’ en el sicariato y el microtráfico. ¿Hay algún candidato que tenga en su plan el arma de la educación para detener la onda expansiva de nuestra bomba nuclear?