La cuestión ucraniana
Recuérdese que en tiempos de Kennedy, el asunto de los misiles rusos desplegados en Cuba estuvo a punto de detonar una guerra mundial.
Después de la larga guerra de desgaste de Afganistán, en la que fuerzas armadas de los EE. UU. permanecieron 20 años peleando con los talibanes sin lograr derrotarles, para después simplemente retirarse y dejar la plaza a sus contrincantes, que se hicieron del mando del país sin problema, al punto de nombrar una mujer en el cuadro de ministros del nuevo gobierno talibán, como jamás había ocurrido en el mundo islámico, ahora la potencia hegemónica norteamericana monta su parafernalia bélica en Ucrania, bajo el supuesto de una inminente invasión rusa a ese país, por la acumulación de tropas rusas en la frontera de la que fuera hasta hace relativamente poco una de las repúblicas socialistas soviéticas más ricas de la URSS. Una parafernalia peligrosa en extremo por la cuantía y calidad de toneladas de armamento bélico en tres envíos hechos hasta hoy por Washington a Kiev, que incluyen 300 misiles balísticos Javelin, precisando el Departamento de Estado que además del armamento antiblindado han mandado 283 toneladas de municiones, asistencia que se da desde el año 2014, cuando Rusia ocupó Crimea, de modo que la capacidad armada de Ucrania es hoy en día superior a la de países de Europa occidental como España, Italia, Francia o el Reino Unido. Recuérdese que en tiempos de Kennedy, el asunto de los misiles rusos desplegados en Cuba estuvo a punto de detonar una guerra mundial.
El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha afirmado que “si depende de Rusia no habrá guerra, pero tampoco permitiremos que se ignoren y se pisoteen groseramente nuestros intereses”. Las garantías exigidas por Rusia incluyen poner freno a una mayor expansión de las alianzas, en particular de Ucrania y Georgia, y el cese de toda cooperación con las antiguas repúblicas soviéticas, lo que es justo y razonable para seguridad del mundo, pues lo que pretende EE. UU. con su ayuda será, como siempre lo hace, llenar de bases militares esos países para mantener la pugna contra Rusia y el socialismo, representados por su eterno canciller Vladimir Putin, que a través de más de una década ha evitado que países como Siria sean destruidos como lo fueron Libia e Irak por la guerrerista potencia estadounidense, que solo busca su propio lucro, sin importarle el daño a los pueblos y naciones que han sufrido sus ataques.