Paúl Palacios: Adictos al riesgo
El ciudadano común no percibe que vamos cogidos todos de la mano, caminando por una cornisa económica
Yo vivía en una residencia de estudiantes en un tercer piso y había una pequeña cornisa de unos 10 centímetros de ancho, no más, que recorría todo el piso en la parte baja de la ventana que daba hacia un jardín exterior. Cada mañana un gato, al que terminamos llamando Cucho, recorría la cornisa. De cada habitación saludaban al gato, y todos nos maravillábamos de su audacia de caminar por ese estrecho pasadizo. El gato mostraba una especie de adicción al riesgo, y todos sospechábamos que al final de la residencia alguien le daba de comer, o quizá había una Cucha que valiera la pena el vértigo.
Mi compañero de cuarto cada vez que pasaba Cucho decía “algún día se va a caer”; yo replicaba que no, porque sabía lo que hacía; era un ‘bacán’.
No les alargo el cuento, un día, ante la consternación de todos, yacía Cucho en el suelo del jardín. Se había caído, nadie supo las causas, pero no le sirvieron las siete vidas.
Viendo cifras económicas del país me acordé de Cucho. Hace algún tiempo estamos recorriendo la cornisa: el Estado incurre en subsidios anuales por casi 10 % del PIB. La seguridad social bajo el actual modelo es fiscalmente insostenible. La creación de empleo formal sin una reforma como la que se perdió en la consulta será muy difícil. El modelo monetario con el nivel de crecimiento de deuda interna hace más pequeña la cornisa. El nivel de tasas de interés envía incentivos perversos a la inversión. La fragilidad legal hace impredecible el futuro para un inversionista extranjero. La inseguridad está generando una migración del capital humano clave para la creación de valor económico, pero además liquidando negocios medianos y pequeños, y agregando costos inmensos a los demás.
El país no está generando inversión pública o privada, donde por ejemplo el sector eléctrico no podría sostener un enchufe de 4 % de crecimiento anual de la economía, que sería lo mínimo necesario por 20 años para romper inequidades.
Somos adictos al riesgo, a la cornisa, y en cada elección hacemos lo posible por evidenciarlo.
El país agotó la última de sus siete vidas con el FMI.
Salgamos de la cornisa.