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Paúl Palacios: Conflicto de intereses

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Somos economías pequeñas y habrá conflictos de interés al juntarse los poderes político y económico

El libro Libertad de elegir de Milton Friedman, premio Nobel de Economía 1976, es de lectura obligada para cualquier persona por lo sencillo que explica la esencia de los mercados y las ventajas de la libre competencia.

En uno de sus capítulos enfatiza como una alerta a considerar la peligrosa sociedad entre el poder político y el poder económico cuando se juntan en la cúspide. De hecho, quien entienda bien el liberalismo como doctrina, y digo liberalismo porque a muchos les causa escozor la palabra capitalismo, sabrá que la esencia del modelo se basa en la libre competencia, y que quien controla las instituciones que velan por esta con objetivos económicos personales, la destruye.

Sin embargo, ¿se puede lograr el divorcio de los poderes político y económico en nuestras pequeñas economías? Es muy difícil, pues para llegar al poder político se requieren recursos, y no pocos. Quienes los aportan, por lo general, no siempre, precisan recuperarlos, y señalan particular interés para hacer o que lo dejen hacer, en algún campo.

En muchos casos visibles, como el chileno de Piñera, el de Martinelli en Panamá o el nuestro de Noboa, ambos poderes se juntan, pero hay otros muchos casos (la gran mayoría diría yo) donde el poder económico está mimetizado, no es tan evidente, o el poder político se convirtió en poder económico por la fragilidad de la Justicia.

A pesar de la alerta de Friedman, es una realidad con la que tenemos que vivir; entonces la siguiente reflexión es si se pueden evidenciar esos conflictos de interés y lidiar con ellos. Al final del día para eso están las instituciones, en un caso las públicas, como elementos de peso y contrapeso, pero también la prensa, y otros mecanismos de la sociedad civil. Ellos, y la ciudadanía tienen que velar para que el poder político no abuse de tal, en detrimento de la competencia y en última instancia del interés del contribuyente.

Pero adentro de los gobiernos debe haber gente no obsecuente ni aduladora, que sepa pararse firme y decir “señor, esto ni se puede ni se debe hacer”. Es lo que podríamos decir, un adulto en la habitación.