Paúl Palacios: La escalera
La adhesión ciega de los comandantes de la fuerza pública en las dictaduras es una combinación de miedo y corrupción
Cuando nos detenemos a reflexionar por qué la fuerza pública venezolana no ha reaccionado de forma contundente a la más evidente afrenta contra el pueblo y la ley que juraron defender, que es irrespetar su voluntad en el voto, varias son las razones que los conocedores de la realidad venezolana esgrimen, y que son lecciones para la región.
Habiendo brotes muy aislados de descontento, las FF. AA. y la Guardia Nacional se han mantenido del lado del régimen. La primera razón es el miedo. Existe un muy bien articulado sistema de información donde se premia la delación, se gratifica a quien revele cualquier dato que permita evidenciar a un disidente y se lo castigue con el más alto rigor. En esto los cubanos han sido los expertos, saben cómo hacerlo, pues de lo contrario no se habría mantenido ese régimen por más de seis décadas.
Sin embargo, el más importante medio para ganar la adhesión de los militares es ‘la escalera’.
El método consiste en lograr que los mandos obtengan beneficios de manera no regular o legal; en algunos casos pueden ir desde los simples viáticos ilegalmente cobrados, o el vehículo comprado sin impuestos, a casos extremos como el de actividades ilícitas generadoras de ingresos (y sobre estas las que se pueda imaginar el lector).
Una vez que se erige la escalera de lo irregular, el militar de alto rango se sube en ella al techo, y luego el dictador se la retira. Ya en el techo, es rehén y útil para lo que se le indique. La vergüenza de que se haga público su accionar o simplemente el no querer perder sus privilegios, lo convierten en funcional para todo.
Es por esto que los líderes autoritarios tienen que descabezar a las fuerzas del orden al llegar al poder, suplir sus cargos con pusilánimes, romper las estructuras de inteligencia y contrainteligencia, destruir la institucionalidad bajo el concepto de que por encima de la sociedad está la ideología del régimen, y comprarles palos y gases lacrimógenos para aplicárselo al 75 % de la población que termina dejando de creerles.
Que las sociedades libres cuiden que los autoritarios no pongan ‘escaleras’.