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Paúl Palacios: Monseñor

Avatar del Paúl Palacios

El justo reconocimiento para quien ha volcado su vida entera al servicio de los demás, con inteligencia, carisma y sencillez

Hace pocos días el Vaticano anunció que monseñor Luis Gerardo Cabrera sería nombrado cardenal de la Iglesia católica, lo cual inmediatamente causó regocijo entre quienes conocemos al arzobispo de Guayaquil, y razones no faltan.

Era marzo de 2020 y se había anunciado ya el confinamiento por efecto de la pandemia del covid. En una triste tarde de sábado, luego de una reunión con personeros del Gobierno por temas de logística y cadena alimenticia con el sector privado, regresé a mi oficina devastado ante la posibilidad cierta de que muchas personas en mi ciudad y en el país si no se morían de covid se iban a morir de hambre. La historia la acorto para no cansarlos, pero llamé a mi amigo José San Martín, cercano a monseñor, para que me concertara una cita de urgencia con él.

Si de algo estaba yo seguro, es que sin la participación de la Iglesia católica sería imposible llegar de forma masiva con alimentos a la mayor cantidad de personas vulnerables. Aquello lo aprendimos cuatro años antes, en el terremoto.

Tuvimos la reunión el martes siguiente a las 12 del día en la catedral; monseñor había invitado a dos sacerdotes, y estuvimos José, Federico Recalde y yo. Le pedí ayuda, le presenté el plan que teníamos trazado con cooperación del sector productivo y de la sociedad civil, y dio disposiciones para volcar todo el apoyo.

Cada día hablábamos al menos una vez, y estaba al pendiente de todo. Se me quedó tan grabado cuando habían transcurrido unos quince días de la reunión y un pastor protestante muy reconocido me llamó desesperado a ofrecerse para integrarse y apoyar la iniciativa, y yo llamé a monseñor para pedirle autorización, y me dijo textualmente: “todos los que necesitan y todos los que ayudan en esta tragedia tienen el rostro de Jesús”.

En nuestra primera reunión en la catedral, sin saberlo, ambos estábamos contagiados de covid, y cuando él supo de su dolencia, jamás bajó los brazos ni descansó.

Por esta historia y por muchas más silenciosas tareas en las que he visto su dimensión humana, me alegro tanto por quien aplaudo de pie. ¡Felicitaciones y fuerte abrazo, querido monseñor!