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Paul E. Palacios | Cuéntale a tu hijo

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El paso más grande de una persona libre es la determinación de entender que el futuro es de propia responsabilidad

Ahora que está de moda andar tratando de solicitar disculpas, cuéntale a tu hijo, como yo les conté a los míos, que hace 6.000 años en la tierra que nacieron empezó una revolución neolítica, siendo el primer lugar en América donde existen vestigios de cerámica y dominio de la agricultura. Cuéntale que los incas creyeron que nos dominarían, y finalmente uno de los nuestros terminó liderándolos. Cuéntale que en su terruño por tres siglos hubo una explosión fantástica de arte, que permitió ir forjando una identidad propia. Cuéntale también que un día los hijos se rebelaron ante sus padres y decidieron, con no pocos avatares, optar por una vida independiente. Cuéntale que nunca fue fácil, y que tampoco lo es aún, pero que somos más que una línea imaginaria. No dejes de decirle que hace 100 años ya las mujeres empezaron a votar aquí, mucho antes que en países vecinos, décadas antes que en Disney, y unos años antes que en Salamanca.

Relátale que cuando correspondió el sacrificio, hubo quien lo ofrezca, y en la confluencia del Yaupi y el Santiago un hombre se vistió de gala para quemar su último cartucho por sus ideales. Dile con emoción que en la vertical del Cenepa unos hombres no pidieron ni disculpas ni las ofrecieron, sino tan solo se presentaron a cumplir con su deber. Pero dile además que parte de su historia no solo viene de Valdivia y de los cerros que vieron amaneceres cañaris, sino también de la influencia romana en la península, de las huellas judías y musulmanas. Hazle saber que la Conquista se acabó hace más de cuatro siglos, y se volvió Colonia, y esta la terminamos hace dos centurias. Cuando veas dudas en su cara, recuérdale que esas mismas cadenas que se llevaron para sí los vencedores de Navas de Tolosa decoran, quizá sin que lo sepa, la heráldica de la provincia del Guayas, donde nacieron los míos: ¿irónico verdad? Cuéntale que somos mezcla mestiza de dos mundos diferentes, ninguno mejor que otro, tan solo diferentes, y que solo de él depende que esa mezcla camine sin complejos, con la cabeza erguida al encuentro de su futuro; ese que su templanza construya.