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Cuando el agua se calienta

Avatar del Paúl Palacios

Perder nuestro deseo de lucha y moral alta es la concesión más grande e inmerecida para los narcoterroristas

El día miércoles 8 de agosto yo estaba fuera de la ciudad por mi trabajo. Mientras me preparaba para asistir a una cena de cortesía pude enterarme de la desafortunada noticia del asesinato de Fernando Villavicencio. Por unos instantes me quedé paralizado al pensar en su familia, en sus hijos; y desde luego también pensé en los míos. Pasados unos minutos de estupor, me empecé a conectar con amigos para tratar de entender de dónde podría venir esto, y más aún, a dónde podría llevarnos lo que estaba ocurriendo.

En todos los casos la reacción era de paralización y desasosiego. Cada persona con la que hablé quería llegar de inmediato a su casa, refugiarse con su gente y quizá pensar en levantar un metro más la muralla que la separa de la calle.

Hombres, mujeres, líderes de gremios, empresarios forjados en la dura lucha para crear valor en este país, estaban deprimidos, destrozados, malheridos por el asesinato ocurrido.

No estamos preparados para esto. Sentirse abatido, sentirse traicionado por un Estado incapaz de ofrecer la mínima posibilidad de paz y seguridad, es natural; se debería estar enfermo para que algo como lo ocurrido pase inadvertido.

En ese momento me sentía igual que 32 años atrás, cuando el féretro de mi padre lo levantaban para conducirlo a la sepultura: estaba paralizado y me sentía desamparado. Fue precisamente entonces que me acordé de una conversación años atrás.

Mientras caminaba una tarde con él me hizo una analogía sobre el carácter, la adversidad, la vida y los problemas. Me dijo que los problemas son como el agua hirviendo en una olla: para unas personas la adversidad los ablanda como el agua caliente a las papas, pero para otras los endurece como esa agua a los huevos.

Si eres líder, si junto a tu pareja llevas una familia hacia adelante, si diriges gente, si por las circunstancias que sean las personas miran tu actuar, y aunque las cosas estén difíciles, siempre podrás escoger si las adversidades te desintegran o te endurecen.

Darnos por vencidos es haberles concedido una victoria inmerecida, no les permitamos que crean que nos pueden derrotar.