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Quién es Bukele

Avatar del Paúl Palacios

Luego de cuatro años en el poder, Bukele tiene firme popularidad: ¿es posible combinar autoritarismo y desarrollo sostenido?

El 1 de mayo de 2019 Nayib Bukele asumió la Presidencia de El Salvador. Antes fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y San Salvador por el FMLN, el partido político integrado por la izquierda salvadoreña, siendo Bukele empresario. Luego, por discrepancias, fue expulsado.

El Salvador, como es el caso de Ecuador hoy, en 2019 estaba siendo azotado por las mafias, llamadas allá ‘maras’, con conexiones transnacionales. Logra la Presidencia sin el apoyo de los partidos tradicionales y a partir de entonces inició una carrera para tomar control de los demás poderes del Estado.

En las elecciones legislativas y seccionales sus aliados ganaron abrumadoramente, y la toma del poder Legislativo consiguió la destitución de los jueces de la Corte Constitucional y del fiscal General. Cuatro años después, los índices de criminalidad han bajado de manera significativa, situándose en 7,8 homicidios por 100.000 habitantes para 2022, frente a 37,2 en 2019.

En cuanto a su popularidad, tras cuatro años en el poder, dependiendo de la fuente, entre 70 % y 80 % de la población aprueba su gestión.

Del otro lado de la torta, el Departamento del Tesoro de EE. UU. lo acusó de haber pactado con la mara Salvatrucha en su estrategia de bajar la criminalidad, y hay una ola de observaciones, en el exterior y por la oposición, respecto a los derechos humanos, la institucionalidad y la transparencia en el uso de fondos públicos.

La pregunta de fondo es si al ciudadano común, al que le roban el celular, al ‘vacunado’ por tener una tiendita en la esquina, o al deudo del asesinado inocente por estar en la línea de fuego, le importa la institucionalidad.

Julio Sergio Ramírez en su libro La democracia eficaz, con abundante data estadística latinoamericana, cree que frente al miedo y a la necesidad imperiosa del votante, lo institucional es de segundo orden.

Se puede sostener el autoritarismo por un tiempo, y quizá con buenos resultados si uno no está en su camino, pero a mediano plazo el poder corrompe, y solo se sale de la pobreza con instituciones fuertes y en economías liberales. Sobre esto último, sobra la evidencia.