El valor del equipo

No perdamos nunca la oportunidad de valorar y reconocer a quienes en silencio hacen parte de cada logro que pensamos que es nuestro.
El 10 de febrero se conmemoraron 28 años de la victoria aérea sobre el Cenepa. Como se recordará, aquel día dos aviones Mirage que despegaron de Taura junto con dos aviones Kfir, se enfrentaron y derribaron a tres aviones peruanos.
Los primeros iban piloteados por Raúl Banderas y Carlos Uzcátegui, infortunadamente fallecido, y en los segundos los pilotos eran Mauricio Mata y Wilfrido Moya. Todos cumplieron una labor muy profesional, pero a veces olvidamos que detrás de los héroes, de los líderes y de las figuras públicas exitosas hay un conjunto de personas cuyo trabajo permitió el logro.
El lector no se imagina que para que esos cuatro pilotos hayan salido airosos en el momento de la verdad, cientos de otros ecuatorianos trabajaron arduamente: quienes tenían la difícil labor de armar los aviones con delicados sistemas de armas, quienes debían mantener motores muy sofisticados con los ajustes precisos, quienes estaban a cargo de la defensa aérea y orientaban desde tierra a los pilotos para que se coloquen detrás del enemigo y no expuestos a sus armas, quienes protegían a pilotos y aviones frente a algún sabotaje, y hasta quien le hacía en la base el locro de papas que le gustaba a Banderas.
Todos tenían una función, y la falla de uno habría significado que el titular haya salido en el periódico peruano y no en el ecuatoriano.
Cuando alguna persona, con merecimiento, recibe un galardón como buen empresario, labor distinguida en tal o cual función, debe quedarnos claro que habría sido imposible por sí solo, y que para llegar a ese momento fueron indispensables los hombros de muchas personas, el desvelo y las privaciones de otras tantas que posiblemente jamás sean reconocidas, y pasen en el anonimato.
Luego de 28 años quiero agradecer a esos cuatro pilotos, uno de ellos ya en el infinito, por habernos ofrecido un día de valor y dignidad. Pero quiero dedicar mis letras a todos aquellos cuyos nombres no están escritos en el bronce de una placa.
Mi mayor respeto y gratitud, porque sin su silencioso heroísmo no habríamos sido victoriosos sobre la vertical del Cenepa.