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La fábula de Prometeo

Avatar del Paúl Palacios

Imagino el temor de cada dueño de partido, cada vez que decide las ‘listas’ para las elecciones, de que le aparezca alguien que piense por sí mismo

En la mitología griega Prometeo era el astuto e ingobernable benefactor de la humanidad, quien viendo el ego del dios Zeus al prohibirles el uso del fuego a los mortales, fue capaz de robárselo de él y entregárselo a la desvalida humanidad.

Aquella ofensa, a los ojos de Zeus, le valió a Prometeo ser expulsado del paraíso.

La elección del 2006 se la ganó, entre otros argumentos, por la narrativa sobre la partidocracia, donde se afirmó el hecho real de que en el Ecuador existía un sistema de partidos que se asemejaba más a organizaciones de propiedad de un caudillo y que, si bien los votantes elegían a los dignatarios, eran los caudillos dueños de los partidos quienes decidían a quién los votantes debían elegir. De esto en más, el reparto de las diversas formas de poder era un simple trato entre caciques.

Luego de 16 años desde entonces, me pregunto si algo ha cambiado. ¿Acaso se han estructurado partidos con fortaleza ideológica? ¿Se ha estructurado un semillero de juventudes política y técnicamente educadas para asegurar la administración del Estado? ¿Puede alguien afirmar que las elecciones primarias no son un mero trámite?

Años después la situación es exactamente igual, y el punto es que cuando un individuo es elegido, rápidamente se da cuenta de que no tiene razón para rendirle cuentas ni a una estructura política ni a Zeus.

Seguramente endiosado por su entorno que le hace pensar que los votos eran suyos y no de Zeus. Sin lineamientos ideológicos o alguna organización estructurada detrás, le es sencillo disentir y no dejarse imponer condiciones o personas en cargos, y decide convertirse en un Prometeo más. Es por eso, y no por otra razón, que los caudillos se sienten traicionados, porque al final el disenso es con ellos, no con una forma de pensar de un colectivo, porque ese colectivo no existe sino para conquistar un cargo de elección, o un puesto público.

El triste dilema para los Zeus de nuestra política es que si estructuran agrupaciones políticas pensantes y democráticas, quizá no aseguren su poder permanente, y no hacerlo les asegura que aparezcan Prometeos.