Paranoia

De las ingratitudes del poder, una de las peores es a veces transformarnos en lo que criticamos alguna vez
Cuando se consulta el diccionario de la lengua española se encuentra definida la palabra paranoia como la perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas. Esa es una definición un poco abstracta, y para efectos de esta columna prefiero esa ‘dificultad para ver que su desconfianza es desproporcionada para su entorno’.
Usualmente es un mal que nos aqueja, me incluyo, por la preocupación frente a las intenciones que tengan terceros a partir de motivos ocultos. En mi caso, generalmente me alerto, y me río de mí mismo al saberme poco importante para ser la obsesión maligna de otra persona, y se me pasa.
Este mal aqueja a los políticos.
En la medida en que va transcurriendo el tiempo existe una mezcla no simbiótica, entre el entorno complaciente y adulador, y lo que puede ser una periferia inconforme. Esa periferia de opinadores a quienes nada los satisface, aunque Jesucristo esté en el poder; la de los juiciosos informados, quienes no están razonablemente de acuerdo con todo lo que ocurre; de la prensa, cuya misión es encender la luz; la de los colectivos, cuya misión es disentir, porque así es el juego democrático; y finalmente, de todo aquel que crea que lo que se le ofreció aún se le debe.
Así es la política, así son las reglas del juego y como algún día dijo el doctor Gustavo Noboa, si yo me pusiera bravo por todo lo que se dice, terminaría ladrando y no feliz como soy.
El poder es solitario, lo es en la política y lo es en cualquier circunstancia donde se tenga la posibilidad de influir sobre la vida de los demás. Todos tenemos la necesidad de buscar agradar a otros, y cuando se tiene poder se lo puede hacer, pero también debemos blindarnos contra las balas de la insatisfacción natural de los seres humanos.
De aquellas cosas que las canas nos deben advertir en el poder es de esos dos terribles males: primero, esa especie de síndrome de Estocolmo que se experimenta cuando el ‘poder detrás del poder’ se apropia de nuestras iniciales buenas intenciones, y en segundo lugar, de esa paranoia que se nos crea al pensar que el mundo se confabula en contra nuestra.