Paúl E. Palacios | Reconciliación

Por ironías del destino, regresar a mi colegio para honrar sus 50 años de vida me enfrentó con mis sentimientos por hechos de hace más de un siglo
El día viernes pasado acudí a mi querido colegio a una ceremonia por sus 50 años de vida.
Cuando estudié, el colegio se llamaba simplemente Liceo Naval, pero con la multiplicación de las unidades educativas, se lo nombró Comandante Rafael Andrade Lalama. Era la primera vez que iba luego de ser así nombrado.
El entusiasmo de reencontrarme con mis amigos queridos, compañeros de promoción y cadetes de otras promociones, se mezcló con un sentimiento de extraña incomodidad.
El capitán Andrade fue un oficial de marina de larga trayectoria. El 9 de febrero de 1914 como comandante del crucero Cotopaxi -hoy Glorioso BAE Calderón- y otra flotilla gubernamental, bombardeó Esmeraldas, en medio de la guerra civil que enfrentaba al gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez y a los insurgentes al mando de Carlos Concha. Uno de los cinco comandantes de la Revolución fue mi abuelo materno, don Víctor Martínez Martínez. Ese día murieron muchos civiles, y otras personas buscaron refugio en los cerros aledaños a la ciudad. Para entonces la insurgencia había tomado ventaja militar en tierra, pero el mar era controlado por el gobierno. Vino después el combate en la playa de Camarones, donde el ejército gubernamental fue diezmado; los insurgentes, mi abuelo con su espada en la playa, esperaban el desembarco de los marinos del Cotopaxi para vengar las muertes de los civiles, pero no ocurrió. La marinería buscaba desesperada evacuar a los sobrevivientes.
Crecí con la historia del daño de los marinos del Cotopaxi a la población inocente, y debo confesar que abrigué un resentimiento por ello.
La historia la escriben los vencedores: en una guerra que duró tres años, Plaza derrotó a los montoneros, y los héroes fueron los vencedores. Objetivamente el comandante Andrade cumplió sus órdenes, además de haber tenido innumerables funciones realizadas, antes y después de la guerra, con profesionalismo al servicio de su país.
Más de cien años después, a la salida de mi colegio no puedo faltar a la consigna de respetar a los ‘sagrados antiguos’, que de alguna manera es una reconciliación con mis sentimientos pasados.