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Priscila Falconí: Futuro en juego

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No habrá incentivos para resolver conflictos, sino para prolongarlos hasta que las condiciones favorezcan 

Las guerras nunca han sido un fracaso para todos. Mientras los pueblos cuentan muertos, industriales armamentistas, contratistas y gobiernos cuentan ganancias. Todas han tenido un trasfondo económico, y la de Ucrania no es la excepción.

El voto reciente de EE. UU. en la ONU alineándose con Rusia y debilitando el respaldo a Ucrania no es un simple cambio de postura diplomática. Es el síntoma de una lógica donde la paz tiene dueño y su precio lo pone quien tiene más poder.

Trump no solo evitó condenar la invasión rusa en la ONU, sino que dejó claro que el apoyo de EE.UU. está sujeto a pago en recursos naturales. El país que siempre se ha jactado de defender la soberanía mundial ahora negocia su parte del botín antes de que el conflicto termine. La paz depende de un acuerdo donde los minerales ucranianos claves para la tecnología y la inteligencia artificial (litio, uranio, titanio) sean la moneda de cambio.

A lo largo de la historia, las potencias han intervenido en guerras para asegurarse petróleo, recursos o posiciones estratégicas. Lo que hace diferente a Ucrania no es solo el oportunismo económico, sino la posibilidad real de un cambio en el orden mundial.

El multilateralismo siempre fue frágil, sostenido por la voluntad del presidente estadounidense de turno. La ONU nunca tuvo mecanismos de defensa efectivos, la OTAN no previó que su líder pudiera volverse una amenaza, y acuerdos globales como el de París dependían más de Washington que de estructuras de cumplimiento reales. Ahora, con un presidente que rompe ese compromiso y tiene tendencias autoritarias, todo el sistema se tambalea.

Si esta lógica se impone, el futuro será aún más incierto. No habrá incentivos para resolver conflictos, sino para prolongarlos hasta que las condiciones favorezcan a quienes imponen su versión de la paz. Si Rusia consolida su expansión sin consecuencias, ¿qué impide que China haga lo mismo con Taiwán o que nuevos regímenes se sumen a la expansión por la fuerza?

El mundo que heredaremos no será más seguro, sino un tablero de juego para quienes, con poder y ambición, deciden que es su turno de reescribir las reglas.