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Rafael Oyarte: De la rivalidad al odio

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Una cosa es la debida lucha contra la corrupción y otra tomarla como herramienta para venganzas o para eliminar contendores

Comienza el año y da inicio a una nueva campaña electoral, contienda en la que, no solo acá, se desatan las pasiones y crecen los enfrentamientos, incluso a nivel familiar. No se diga de amigos que se pelean, a veces irreconciliablemente, por políticos que no los conocen. Por eso es que antaño se recomendaba no tocar tres temas en esas reuniones: política, religión y fútbol. En otras naciones, concluidas las elecciones los políticos intentan restañar esos enfrentamientos, pues los países no se desarrollan si se gobierna solo para algunos, mientras los otros son apartados. En nuestro país parece que eso no ocurre: quien no coincide conmigo es un disidente y hay que tratarlo como a un enemigo. La crítica no es tomada de buena manera, sino que es tenida como una ofensa.

Si nuestra sociedad es llevada al campo en que las rivalidades, que no solo existen sino que son necesarias al fomentar la sana competencia y la mejora, se convierten en odiosidades, estamos perdidos. Y por esa vía vamos, hace rato. Entonces, los éxitos de un equipo de fútbol no son emulados por los otros, y las hinchadas ya no alientan y disfrutan de los triunfos o se amargan con las derrotas, temporalmente, como todo éxito y como toda derrota, sino que estamos en un campo de batalla en el que hay que eliminar al enemigo que viste otros colores. En política, en que llegar al poder debería conllevar la gran responsabilidad de gobernar para todos en beneficio de la nación, se convierte en una toma de revanchas interminables. Una cosa es la debida lucha contra la corrupción y otra tomarla como herramienta para venganzas o para eliminar contendores, en que la selectividad se evidencia.

Acabadas las elecciones, que los ganadores gobiernen en función del interés público y que los derrotados se preparen para las siguientes, entendiendo que el electorado ha optado por una posición que no es la suya. Que la oposición entienda que su labor es indispensable: hacerle ver al gobernante no solo de sus errores, sino que colabore en sacar al país de sus problemas acuciantes. Quedarse en el mero “no”, esperando aprovechar toda falla en su beneficio, como que esas caídas no afectan al ciudadano que, a la larga, se lo pone en medio de sus enfrentamientos. Que, frente a una oposición leal, el gobernante sepa escuchar y rectificar lo que se deba.

Ojalá recuperemos el camino.