Rafael Oyarte: Vamos a la Constituyente
Si lo novedoso, por acá, no sería hacer constituciones sino respetarlas y, de eso, no esperemos nada de nuestros políticos
Como que fuera novedad, y con la ya acostumbrada liviandad, se propone la enésima Asamblea Constituyente; como que fuera cosa menor, encima, en un país si luz y sin institucionalidad, no por falta de normas sino porque no se nos da la gana cumplirlas, pues valen cuando nos gustan y, si no, no hay problema, nos las saltamos no más: no me gusta la vicepresidente que mal escogí y que es un peligro, pues me la saco de la peor forma. Si tal candidato me estorba, al igual que Maduro y de Ortega, me lo saco de encima con un tribunal sumiso.
Que la Carta de 2008 debe ser sustituida es evidente, pues está hecha para la arbitrariedad y a quien quiera aplicarla en un sistema medianamente democrático, se le cae la estantería encima. Pero hay problemas. La Corte Constitucional, que tiene una notoria tendencia en rechazar todo intento (desde la ciudadanía) de convocar esas asambleas y que llega al extremo de pedir algo que no está al alcance del proponente: qué se quiere cambiar de la Constitución, pues eso no vinculará nunca a la Asamblea y, menos aún, si el proponente no cuenta con mayoría parlamentaria, lo que, en las actuales circunstancias, es casi imposible.
Yo puedo querer que desaparezca el CPCCS o que la Legislatura sea bicameral, y la AC puede terminar reforzando ese Consejo y mantener un congreso monocameral o establecer tres cámaras. Además, sería ingenuo creer que los mismos políticos que han dominado la escena nacional no quieran integrar esa Constituyente. Es decir, los mismos legisladores ejerciendo poder constituyente.
Este es el mejor camino para hacer una Constitución tan igual como la anterior, con alguna que otra cosa, como quinientos derechos más, de esos que pronto solo quedan como promesa incumplida. Y debatiremos lo mismo: que si reelección presidencial o no y si es absoluta, o con mandatos limitados; que si la asamblea se llama así, o congreso o cámara, y si tiene una o dos cámaras; que si hay o no vicepresidente y, si no lo hay, quién reemplaza si falta el jefe de estado; que si metemos más o menos requisitos para ser electos. ¿Correcciones profundas? Deseable pero quimérico. Propuestas surgirán por miles, unas menos plausibles que otras, muchas de ellas una adivinanza para jugar al tubo de ensayo (elección popular de jueces, por ejemplo) y, otra vez más, a ver cómo nos sale. Si lo novedoso, por acá, no sería hacer constituciones sino respetarlas y, de eso, no esperemos nada de nuestros políticos (algunos con toga).