Premium

Rafael Oyarte | Cuál debate

Avatar del RAFAEL OYARTE

Los pocos casos en que el postulante quiso aprovechar ese limitado espacio no fueron ayudados por este repetido formato

Es difícil comentar algo que, por el formato, tiene poco o nada de debate y sí de un señalamiento desordenado de frases hechas, pocas ideas y lugares comunes, que es en lo que se han convertido estos espacios, ahora obligatorios. No hay caso, los debates de primera vuelta son un esperpento que no permiten nada. Hace rato dejé de esperar algo ni pálidamente parecido al debate Febres Cordero-Borja, no solo porque la capacidad oratoria de aquellos era astronómicamente lejana a lo que ahora se tiene, sino porque el nivel de preparación y de consistencia ideológica hacía que la naturalidad en sus respuestas, muchas de ellas duras, era correlativa a lo incisivo de las interrogaciones mutuas. Es que organizar un debate con 16 amontonados, divididos en dos bloques, hace la cosa muy difícil, especialmente si se sigue copiando el sistema acartonado que, repetido en otras naciones, no pasa de obligar a discursos mejor o peor aprendidos. Tal vez el mayor mérito del debate fue conocer a candidatos presidenciales que, si se los ve por la calle, son uno más de los caminantes.

Cuando los debates no eran obligatorios, los candidatos punteros se negaban a prestarse para esos eventos, para evitar alguna metida de pata’ que le quite votos o que el contrario se luzca con su ‘pico de oro’. Decir que fue el debate quien dio el triunfo a Febres-Cordero es olvidar que la distancia con Borja era cortísima. Tal vez el debate de 2023 nos hizo conocer a un Daniel Noboa que ni asomaba en las encuestas con alguna posibilidad.

La apertura con unos segundos para decir “por qué quiere ser presidente” es la nada misma. Repetir la misma pregunta ocho veces fue un despropósito que se sumó a interpelaciones que, en algunos casos, parecían examen sorpresa para dejar mal parado a quien responde y, en otros, ‘pases gol’ para que se luzca, coincida con el preguntante o para que les pegue una raspada a los proclamados punteros. Leer las preguntas e incluso las respuestas fue el corolario de la nula espontaneidad del acto. Noboa y González sabían que serían objeto de señalamientos directos e indirectos, pero llamó la atención su liviandad, sobrada o nerviosa, al responder o preguntar. Mal consejero es el exceso de confianza. Los pocos casos en que el postulante quiso aprovechar ese limitado espacio, para decir lo que realmente piensa y descubrir las debilidades del resto, no fueron ayudados por este repetido formato.