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Rafael Oyarte | Incertidumbre

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La falta de partidos políticos de verdad, con ideología, genera incertidumbre

Mal que nos pese, la máxima de que en los países subdesarrollados la elección presidencial es muchísimo más importante que en los desarrollados es una realidad. De este modo, el triunfo de Trump, como si hubiese ganado Harris, no va a cambiar a EE.UU. tanto como que en Ecuador gane tal o cual candidato, porque en una nación desarrollada los ‘giros de 180° no se producen ni son aceptables. La elección en Ecuador genera tal grado de incertidumbre que la gente no invierte, simplemente porque no sabe en qué quedará su inversión: en una de esas gana un candidato al que, para variar, le valen los emprendimientos privados y chao. O llega otro que se le ocurre que para salvar el déficit hay que crear tributos retroactivos (costumbre y tradición por acá) o extraordinarios. Y así.

Ni siquiera sabemos cómo el candidato presidencial escogió su fórmula vicepresidencial. Solo sabemos que si el uno es serrano el otro debe ser costeño y que si el uno es mujer el otro debe ser hombre. Ni se digan las listas parlamentarias, que se llenan con el que asoma y acepta firmar el formulario. La falta de partidos políticos de verdad, con ideología, genera incertidumbre en un votante que tiene que adivinar qué también creerá el candidato, porque nos han dicho que derecha e izquierda no hay.

Y así hacemos constituciones que aseguran esa incertidumbre cada cuatro años sino cada cinco minutos, porque no faltará un Lasso que prefiera la muerte cruzada a dejar en el poder a su sucesor natural, el vicepresidente. Abundan los que se quieren meter (y se meten) a presidentes, pero no quieren asumir lo duro que es ejercer el cargo: sus conflictos personales están sobre los problemas del país y, naturalmente, sus gustos se imponen ante una ciudadanía sumida dificultades. Desde los helados en Nueva York hasta la cena y baile en Carondelet con el cantante favorito. Me ponen la banda y ahí veremos: si hay plata, todo bien, gastemos hasta el desperdicio para ganar aplausos, y si no, ni electricidad, ni defensa aérea, marítima y terrestre, etc.

Mientras tanto usted, ciudadano, friéguese (con jota) y siga convencido de que el Estado tiene que hacerlo todo, para que al final ni lo elemental haga. Lo que nos debería dar certidumbre es la ley: que se la cumplirá, guste o desagrade al poder de turno. Pero eso no corre en una nación en la que el criterio personal impera, incluso, por sobre la Constitución.