Rafael Oyarte: Las lecciones de Ucrania
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La defensa debe ser, entonces, establecida y mantenida por cada país
Hace tres años presenciábamos lo que se anunciaba como un paseo militar ruso sobre Ucrania, pronosticándose que Kiev caería en cinco días, tanto así que los soldados rusos llevaban sus uniformes de gala para el desfile triunfal que se daría una vez tomada esa capital. Occidente pregonó sus tan tradicionales como ineficaces sanciones económicas, las que ya había adoptado luego de la invasión a Crimea y el Dombás en 2014. En ese momento, ni soñar con ayuda militar, la que solo se produce luego de que los ucranianos, con sus propios y dispares medios, consiguió, para sorpresa de muchos, neutralizar el brutal ataque ruso.
El objetivo de la “operación militar especial” no era una mera conquista territorial. La finalidad era “desnazificar” y desmilitarizar Ucrania, es decir, eliminar a su Gobierno e imponer uno títere, dejándole en similar posición a la Bielorrusia de Lukashenko, menos que un Estado satélite, país cuyo territorio fue usado libremente por Rusia para el ataque inicial. El discurso de que Ucrania, al ser un Estado con frontera, no debía unirse a la OTAN, ignoraba no solo que los miembros de ese pacto siempre fueron renuentes a recibir a un Estado que tenía parte de su territorio ocupado y que era más un problema que otra cosa, sino, que países fronterizos con Rusia ya eran parte, como Estonia y Letonia, tanto que el exclave ruso de Kaliningrado está rodeado por Lituania y Polonia.
La resistencia ucraniana hizo que la ‘blitzkrieg’ rusa se transforme en una guerra de desgaste. Es cierto que sin la ayuda occidental esa guerra no hubiese podido durar tantos años, pero también es cierto que Occidente solo ayuda a Ucrania cuando ésta logra enfrentar a Rusia con eficiencia, la que hoy debe contentarse con tomar, a costa de muchas bajas y pérdidas materiales, parte del este ucraniano, para lo cual ha necesitado que Corea del Norte le entregue decenas de miles de soldados.
La lección es clara: nadie pelea guerras ajenas y ningún país defiende, graciosamente, a una nación, por más que esta sea agredida y se incurra en terribles ataques a la población civil, con masacres incluidas como la de Bucha. La ONU hoy sirve para cualquier cosa, menos para mantener la paz y la seguridad internacional, como proclama su Carta. La defensa debe ser, entonces, establecida y mantenida por cada país. ¿Cómo vamos por casa?