Rafael Oyarte: Que su nación se disculpe con la mía
Todo ofrecimiento de disculpas debe ser sincero y, por tanto, provenir de la iniciativa de quien las brinda
Jefes de Estado o de Gobierno han ofrecido disculpas por los actos en los que sus naciones incurrieron en contra de otras, tal como lo hizo el canciller alemán Willy Brandt en 1970, en Varsovia, por las atrocidades del nacionalsocialismo, aunque lo hacía en circunstancias en que intentaba distender las relaciones con un país, entonces absorbido por el bloque soviético, con el que las fronteras podían ser puestas en duda. En Alemania, el gesto no fue bien recibido por todos, lo que casi le costó el cargo. Por acá, las palabras del presidente Bucaram en Lima, en enero de 1997, indicando que ecuatorianos y peruanos debíamos pedirnos perdón mutuamente, no gustó nada. La Guerra del Cenepa estaba muy fresca y el conflicto territorial caliente. Pocos días después fue cesado por incapacidad mental para gobernar; aunque decir que ese gesto fue el detonante parecería exagerado, no se lo descarta.
Recordaba esos dos momentos, a propósito del pedido de López Obrador al rey Felipe VI de que se disculpe por la conquista de México y que originó que no hubiese delegación española para la asunción de la presidente Sheinbaum. Podemos discutir todo lo que se quiera sobre ese hecho histórico, pero si los gobernantes de unas naciones creen que los jefes de Estado de otras pueden hacer eso, así, libremente, es un tremendo error de concepto. Con esa misma idea, México también debería exigir esas disculpas a los Estados Unidos por la guerra de 1846-47 que le costó, además de vidas, propiedades e infraestructura, la mitad de su territorio, así como a Francia por la invasión de 1862, con la excusa de la deuda que se negaba a pagar el Gobierno de Benito Juárez, constituyendo el Segundo Imperio bajo Maximiliano de Habsburgo en 1863, y que generó otra desastrosa guerra que concluyó en 1867. Como se ve, la pretensión hacia la Corona española huele más a cuestiones ideológicas que a otra cosa.
Todo ofrecimiento de disculpas debe ser sincero y, por tanto, provenir de la iniciativa de quien las brinda. Unas excusas obligadas son, además de una mera formalidad, el corolario de una humillación ordenada por quien tiene el poder de imponerlas. También son un mecanismo para desviar la atención, generando un conflicto que los ciudadanos no necesitan, pero los políticos sí.