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Rafael Oyarte: Respaldo popular

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Así, el respaldo se va perdiendo no solo para el gobernante de turno, sino al sistema

Todo régimen político se sustenta en el respaldo popular, lo que los distingue es la forma en que se obtiene y el fin para el que se lo logra. En una democracia representativa, propiamente, ese respaldo es el factor de legitimidad del sistema, pues el gobernante es solo un mandatario que, como tal, debe responder ante su mandante. Pero incluso en las monarquías absolutas, en las que el gobernante lo es por voluntad divina, y en las teocracias, en las que se gobierna en su nombre, el respaldo popular es indispensable.

Se suele exponer que en las democracias el poder es del pueblo y es ejercido para él por sus representantes, lo que es fácil decir, pero difícil hacer, y no me refiero a que, en la actualidad, la palabra democracia está tan valorada que casi nadie se atreve a decir que no lo es, al punto que hasta Corea de Norte se autocalifica como tal, haciendo aparecer a un Kim Jong-un siendo aclamado por las masas y con elecciones parlamentarias cada cinco años, que siempre gana incluso con el 100 %. Es que no hay sistema que superviva sin respaldo popular: si los británicos, suecos o daneses no quisieran tener reyes serían repúblicas, como lo son Francia o Alemania, que dejaron sus monarquías.

El problema es cómo se obtiene ese respaldo: a la fuerza e incluso con el terror, como lo hizo el régimen nazi que pervivió hasta que al país fue totalmente destruido, o convenciendo a la ciudadanía. Se entiende que en una democracia ocurre esto último, pero aquí también opera una diferencia, y no me refiero a regímenes que ya ni disimulan sus arreglos electorales, como en Venezuela y Nicaragua, sino el modo en el que se convence al ciudadano.

En una nación libre hay diversidad de opiniones y de posturas, por lo que en una elección se debería poder optar por quien mejor responda o se aproxime a nuestro pensamiento. Ahora, sin partidos políticos de verdad eso es muy difícil, por lo que al elector se le somete a una suerte de adivinanza. ¿Los votantes de Lenín Moreno o de Lasso vieron realmente reflejadas sus aspiraciones con su preferencia o fueron defraudados? Ni qué decir de la elección de los asambleístas que, ni posesionados, frustran a cualquiera. Así, el respaldo se va perdiendo no solo para el gobernante de turno, sino al sistema, el que, desvirtuado, puede llevarnos al autoritarismo o al totalitarismo, cosa que ya ocurrió en otros países y que nosotros ya rozamos.