Rafael Oyarte | ¿Seguimos con la misma Constitución?
La Constitución de 2008 se creó para consagrar el autoritarismo y la concentración de poder
Y no lo digo porque considere adecuada a la tradición nacional de estar cambiando de Carta Primera a cada rato. De hecho, si la actual ha durado es porque tiene una serie de trabas que dificultan su cambio, sumado a la actitud de la Corte Constitucional de ponerle escollos adicionales en sus dictámenes relativos a la eventual convocatoria a asambleas constituyentes desde la ciudadanía, cosa que, de suyo, es harto difícil desde que, para que eso se concrete, se necesita del apoyo del 12 % del censo electoral. Si consultas nacionales para las que se necesita el 5 % han fracasado, no se diga una de estas.
Lo digo porque veo planes de gobierno con propuestas que se saltan el texto constitucional o que, en el mejor de los casos, se condicionan a su modificación, lo que, si se trata de una reforma parcial, para llegar el referéndum se necesita, previamente, de los 2/3 de asambleístas para aprobarla, lo que no es fácil. También lo digo porque el actual texto es objeto de críticas, a veces justas, como su notoria tendencia estatista en lo económico, aunque eso viene del pasado, como el monopolio estatal en la seguridad social y la tradicional precariedad del sistema de concesiones, a la que se agregó la prohibición de arbitraje internacional (y nos quejamos de la nula inversión extranjera). También hay críticas injustas, como la primacía de poder presidencial en lo legislativo a través del veto parcial, pues eso se estableció en la Constitución de 1998 y se eliminó con la reforma de 2024, de la peor forma, pues se fue al otro extremo, obligando al presidente Noboa a emitir nueve vetos totales. ¿Se podrá seguir así en el próximo período?
La Constitución de 2008 se creó para consagrar el autoritarismo y la concentración de poder. Para botón de muestra vea cómo el nombramiento de funcionarios no generó ningún problema a Correa: contralor, fiscal, procurador, cortes nacional y constitucional, etc., le pertenecían. Ahora nombrar a cualquier funcionario es todo un drama y por regla generales demorado, caro y malo, por lo que, a quien la quiere aplicar desde el poder con afán democrático se le cae la estantería encima, aunque la ineptitud también ha ayudado, como un expresidente que se queja de los nombres que él mismo propuso. En fin, mucho se dice de lo malo de la Constitución de Montecristi, pero poco y nada se hace desde el poder para cambiarla.