Rafael Oyarte | Suso
De un momento a otro, los presidentes comenzaron a buscar sus Susos, propios o alquilados
Era un personaje que salía en la publicidad electoral de Bucaram, sentado junto a él, haciendo el ademán de atender la respuesta a una pregunta que nunca le había hecho. “Mira Suso”, decía Bucaram, como introducción a su discurso. Y Suso lo miraba con aparente atención y se limitaba a afirmar con la cabeza. Nunca le conocimos la voz a Suso.
En el siglo pasado, una entrevista al presidente o a uno de sus ministros (que no era cualquier equis) era cosa seria. Podía agradarle o no Roldós, Hurtado, León, Borja, Sixto, Mahuad y el mismo Bucaram, pero una conversación entre esos jefes de Estado con periodistas duchos, conocedores (porque no estaban entrevistando a cualquiera), incisivos y que no tenían la menor intención de caer simpático a nadie, pero tampoco de dárselas de opositores recalcitrantes, era algo imperdible y, más allá de nuestra tendencia ideológica, uno sentía que había aprendido algo, hasta a hablar, pues, con altura y respeto, pero con mucha firmeza, el interpelado era sometido a un interrogatorio fuerte e incluso áspero. Era una prensa a la que se podía achacar de inquisidora, pero nunca de complaciente, y lo era con todos, no con dedicatoria, que es otro grave vicio. El funcionario podía hasta enojarse, pero trataba de que no se note, aunque a veces sin éxito, mas nunca perdía los papeles, permitiéndose descontrolarse.
De un momento a otro, los presidentes comenzaron a buscar sus Susos, propios o alquilados, es decir, entrevistadores complacientes que les pregunten poco y menos, con un libreto anticipado. Correa hizo un intento de someterse a la prensa: fue muy breve, pues no pudo ni quiso ser incomodado. Vender los medios incautados es el cuento de nunca acabar en cada campaña.
Esto de la ‘línea editorial’ parece que ha cambiado para muchos, para quienes ya no significa ser un medio democrático que acepte y promueva la disidencia legítima respecto de cualquier línea política. Parece que se trata de defender ya no solo una tendencia política concreta, pues en el pasado existían en nuestro país periódicos abiertamente conservadores, así como otros marcadamente liberales. Por eso el lema del extinto El Comercio era “Diario independiente”, lo que fue seguido por otros grandes impresos, hasta hacerlo algo necesario y exigible de todo medio de comunicación. Eso no puede desaparecer solo para beneficiar a tal o cual político.