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Rafael Oyarte | ¿Voto voluntario?

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Con gobernantes devaluados, la democracia terminará en el peor de los sitios

El voto obligatorio, del que soy partidario, se implantó para hombres en la Constitución de 1946 y para mujeres en la de 1967. El voto voluntario ha quedado para analfabetos desde la Carta de 1978-79 y para los ciudadanos de entre 16 y 18 años de edad en la de 2008. Hoy no se discute la igualdad del voto, por el que la decisión de todo ciudadano tiene el mismo valor (con el sufragio calificado el voto del propietario, industrial o profesional vale más que el de peones, trabajadores o desocupados) y la universalidad del sufragio, por el que no cabe impedir su ejercicio a determinadas personas, como antes ocurría con mujeres, iletrados y no propietarios. Lo que sí se debate, en cada tiempo y lugar, es si el voto debe ser voluntario o impuesto, tanto que los sistemas de sufragio se dividen notoriamente entre las naciones que lo establecen como obligatorio de las que lo tienen como facultativo.

Unos dicen que no se puede imponer la práctica de un derecho, olvidando que hay varios que son irrenunciables, como los laborales, y de ejercicio obligatorio, como la educación, por lo que no es argumento para eliminar su obligatoriedad. Los partidarios del sufragio obligatorio sostienen que una democracia no se construye con la abstención sino con la participación, aunque ésta será siempre mejor si es reflexiva y no impuesta. Si se dice que el voto obligatorio fomenta el sufragio irresponsable y no meditado, emitido solo para evitar la sanción, se debe señalar que el voto voluntario provoca desidia en el ciudadano, que preferirá hacer cualquier cosa antes que ir a las urnas. En ello mucho tiene que ver el nulo patriotismo que induce a creer que nada se le debe a la nación: ni votar, peor aún defenderla. Unos dirán que con el voto voluntario los políticos se verían constreñidos a impulsar la intervención del elector, pues un alto ausentismo afecta la legitimidad de la elección, ya que con el voto obligatorio tienen una ‘clientela cautiva’ que tiene que votar o soportar la multa.

Y claro, tener sufragio obligatorio con elecciones que más parecen adivinanza y competencia de ignaros e incompetentes que otra cosa, con todos ofreciendo lo mismo (trabajo digno, mejor salud y educación), la obligación de votar más parece castigo que otra cosa. Con gobernantes devaluados, la democracia terminará en el peor de los sitios.