Roberto Aguilar: Una alcaldesa sin decoro
Hubiera bastado una llamada de Carondelet para disuadir a la alcaldesa de celebrar la sesión solemne
Hay momentos en que parece que este país no tiene arreglo. Que esta cloaca de corrupción y violencia, de fango y sangre en la que chapoteamos más felices de lo que quisiéramos aparentar, es en realidad nuestro elemento. Que nuestra normalidad es el crimen y, por mucho que nos quejemos, terminamos reivindicándolo porque ya nos sorbió el seso. O somos tontos. O perdimos todo principio del decoro y nos vale tres atados. Como la alcaldesa de Manta, Marciana Valdivieso: acaba de inaugurar un megaparque de 16 hectáreas, con teatro al aire libre para cinco mil personas y un mirador desde el que se dominan la ciudad y el mar, el parque urbano más grande del perfil costanero ecuatoriano, y lo ha bautizado con el nombre de Agustín Intriago. Un nombre que no solo le encanta, le conmueve, le emociona, sino que quisiera gritarlo, dice, “para que llegue hasta el cielo”. Un nombre que le gusta más que el propio parque.
Agustín Intriago: el exalcalde asesinado, víctima de las mafias con las que pactó. O con las rivales de ellas, la verdad quizás llegue a conocerse con el desarrollo del caso Metástasis. El alcalde que entregó al menos dos contratos de obra pública (uno por medio millón de dólares para repavimentación, otro por tres millones para vialidad) a las empresas Avilmat y Mantavía, del narcotraficante Leandro Norero. Porque nada mejor que el sector público para lavar dinero sucio, como decía Fernando Villavicencio, que fue el primero en denunciar esos contratos, a cambio de los cuales, según Hélive Angulo, alias Estimado, Agustín Intriago recibió medio millón de las cuentas de Norero. Intriago, el alcalde que “trabajaba con los choneros”, según le contaba Mayra Salazar a Cristina Reyes: “los tenía en el Municipio”.
Dirá doña Marciana que el nombre lo eligió el pueblo. El pueblo es mucho decir: hubo un concurso público. Pero sí, el Municipio propuso siete nombres (dos de ellos Agustín Intriago) y ganó el que ella quería. Eso es lo peor: la pedagogía social que ejerce la alcaldesa. Está enseñando a los ciudadanos que la corrupción (y no cualquier corrupción: la connivencia con el crimen organizado) es un hecho menor cuando se mira a la ciudad “con rostro de hija”, como dizque hizo Intriago. “Y para mantener ese legado -desvaría ella- hoy vemos a Manta con rostro de hija, de hijo, de padre, de madre, de abuelo, de abuela, hasta de mascotitas. ¿Saben por qué? Porque en Manta somos familia. Y esta familia ha decidido que el megaparque se llame Megaparque Centenario Agustín Intriago”. Una de dos: Marciana Valdivieso carece de sensatez o no tiene conciencia.
Y luego viene el presidente de la República, Daniel Noboa, que está empeñado en una guerra a muerte contra la corrupción y contra el crimen, y legitima con su presencia todo este delirio, al asistir sin decir esta boca es mía a la sesión solemne del Municipio de Manta que es, a la vez, el acto de inauguración del parque tan bonitamente bautizado. Y ni a él ni al ejército de asesores y comunicólogos que lo rodea se les ocurre que quizás no es tan buena idea. Porque hubiera bastado una llamada de Carondelet para disuadir a la alcaldesa de celebrar la sesión solemne en ese sitio que lleva el nombre de un asociado de las mafias. Pero qué va. Aquí todo da lo mismo. Aquí no hay sentido de la conveniencia, menos aún de la vergüenza. Aquí convivimos con el crimen y es normal. O somos tontos. O perdimos el decoro y nos vale tres atados.