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Roberto Aguilar: El analfabetismo cívico de un ministro

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Da vértigo pensar en todo lo que el ministro de Gobierno ignora

El ministro de Gobierno, Arturo Félix Wong, demasiado joven, quizá, para tener otra experiencia política que no sea la del decenio correísta, cree que su trabajo consiste en regresarnos a esos oscuros años en los que un conjunto de organismos del Estado imponía por la fuerza las verdades oficiales y metía en vereda (a gritos, con maltratos, con persecuciones) a quienes se atrevían a contradecirlas o matizarlas. No hay matices en el mundo del ministro de Gobierno: las cosas son como él las dice y punto. Y a falta de esos organismos, por suerte hoy desaparecidos, él personalmente se encarga de manejar al periodismo con rienda corta. Todavía no persigue a nadie, que se sepa, pero ya ha gritado, ha maltratado, ha mangoneado a más de uno.

Un día, llama a la persona que él cree responsable de un medio digital (a quien considera capaz de imponer políticas editoriales, porque en el mundo del ministro de Gobierno las redacciones se manejan como todo lo demás: como haciendas) y exige rectificaciones de mal modo; otro día, irrumpe en un programa radial a grito limpio: “¡Cómo pueden darte micrófonos para que mientas al Ecuador!”, tutea y ofende a una persona mayor a él que estaba hablando con propiedad y respetuosamente, y lo trata como a colegial mal portado porque en el mundo del ministro de Gobierno todos están por debajo del ministro de Gobierno. Otro día más, se la pasa enviando mensajes de WhatsApp a un periodista, presionándolo para que cambie de opinión. ¿No tiene cosas más importantes que hacer?

Da vértigo pensar en todo lo que el ministro de Gobierno ignora o malinterpreta. Ignora, por ejemplo, que no es posible controlar lo que se diga o se deje de decir en el debate público porque el debate público es la expresión de la sociedad y la sociedad es, por naturaleza, diversa, impredecible, irreductible a cualquier esquema que un ministro de Gobierno pueda tener en la cabeza. Ignora que ejercer ese control no sólo es imposible sino impertinente, porque del libre intercambio de ideas y del vigor del debate público depende la salud del sistema democrático y eso implica (para cualquier persona pero especialmente para un ministro) acostumbrarse a los que piensan distinto e incluso a quienes dicen cosas que consideramos inapropiadas o falsas. ¿Qué otra cosa es el debate público sino el espacio donde escuchamos aquello que no nos gusta? ¿Es eso lo que quiere modular el ministro de Gobierno?

Ignora que no es ese su papel. Que el ministro de Gobierno es el ministro de la política y eso impone una serie de obligaciones, la más elemental de las cuales consiste en ser político en el sentido básico del término: cordial y no beligerante, cortés y no grosero, dialogante y no gritón. El ministro de la política es, debe ser, la mano tendida del régimen, el hombre que tiende puentes, el que está dispuesto a negociar con los adversarios y sabe cómo hacerlo, precisamente con los adversarios, con aquellos con quienes el punto de partida es el desacuerdo. Y para eso es necesario un talante exactamente opuesto al que demuestra y del cual se enorgullece este ministro, que ha demostrado ser la peor persona para el cargo. ¿Cómo se puede ocupar esa cartera con tan nula cultura democrática, con tan alto grado de analfabetismo cívico?

Debe saber el señor Arturo Félix Wong que ya pasamos por esa vía de abusos y mangoneos por donde pretende reconducirnos, que ya resistimos a gritones aún peores. Si él cree que eso es normal porque no tiene la edad para conocer otra cosa, pues que se instruya y aprenda. La juventud no es pretexto para nadie.