Roberto Aguilar: Correa nos desea todos los males
En el Parlamento Europeo, el expresidente prófugo hiperventila y clama: “¡crisis civilizatoria!” Alerta mundial.
A propósito de violaciones a la soberanía nacional, lo de Angostura no fue pelo de cochino. Hubo incursión de militares colombianos en territorio ecuatoriano; hubo bombardeo; hubo compatriotas muertos… En República Dominicana se reunieron los presidente del Grupo de Río para tratar el espinoso asunto. Los detalles de esa cumbre son inolvidables: las toneladas de información extraídas de la computadora del dirigente de las FARC Raúl Reyes, bajo las cuales Álvaro Uribe enterró al hoy delincuente prófugo Rafael Correa (más exactamente: hoy prófugo; ya en ese entonces delincuente); la revelación de los aportes de la narcoguerrilla a su campaña, origen histórico de lo que estamos viviendo en estos días; el careo entre los dos mandatarios; los llamados a la reconciliación de los presidentes amigos; la canchera performance de Uribe, cuando atravesó el recinto con la mano extendida; la ridícula cara de perro de Correa mientras se la estrechaba a regañadientes, sin saber bien dónde meterse y fingiendo una dignidad que nunca tuvo…
Ahí quedó la cosa. No se le ocurrió entonces a Correa (y no se le ocurrió a pesar de que hubo, como queda dicho, incursión militar, bombardeo, ecuatorianos muertos...) proponer sanciones económicas contra Colombia en los foros internacionales; no visitó Estrasburgo para pedir que el Parlamento Europeo dé por terminado su tratado de libre comercio con ese país; no se le pasó por la cabeza la magnífica estupidez de bloquear militarmente el puerto de Cartagena o cualquier otro, como sugiere hacer hoy a México con Guayaquil; ni siquiera rompió relaciones con Colombia. No. Todos esos males se los desea a otro; todas esas represalias se las tiene destinadas el expresidente prófugo al país que verdaderamente odia: Ecuador. Es al Ecuador al que Correa quiere ver bloqueado, sancionado, militarmente cercado. Y en ese empeño viaja de un continente a otro y mueve todos sus contactos, desde la televisión rusa hasta el gobierno mexicano, pasando por los trasnochados comunistas españoles. Queda claro (¿no lo estaba ya?): Correa es el enemigo.
Hiperventila de las iras el prófugo. Con el aliento entrecortado y los síntomas de lo que parece ser un ritmo cardíaco por las nubes habla en el Parlamento Europeo. No “ante”: “en”. Porque lo que sus trolls pretenden vendernos como una intervención ante el Pleno es, en realidad, una rueda de prensa a la que no asiste ni la madre que lo parió. Cuatro gatos. Y ante ellos clama: “¡Crisis civilizatoria!”. Alerta mundial: suenen todas las alarmas; suspendan sus vuelos las aerolíneas; detengan las rutas de comercio los barcos mercantes; recójanse a orar los fieles de todos los credos; guarden silencio cantores y poetas… La civilización está al borde del abismo. Porque de las múltiples amenazas que se ciernen sobre ella (el calentamiento global, la vulnerabilidad de los sistemas digitales de seguridad, la fragilidad del equilibrio financiero…) es la más peligrosa la que se acaba de activar en Quito: los caprichos de un niño rico nacido en Miami. ¡Horror! Esto puede regresarnos directamente a las cavernas. ¿No han empezado a desmoronarse ya los fundamentos mismos de la cultura universal? En Miami, por ejemplo, se abrió el juicio contra Carlos Pólit, y Conceição Santos reveló las rutas del dinero sucio que llegaba a las cuentas de Jorge Glas: gran hecatombe. Ya declaró Xavier Muñoz en Quito y contó cómo Rafael Correa tenía comprados jueces para garantizar su regreso: cataclismo que estremece los cimientos de la paz mundial. ¿Cómo no hiperventilar ante cuatro gatos en el Parlamento Europeo? ¿Cómo no odiar al Ecuador, causa de todos los males de la tierra?