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Roberto Aguilar: Correa, sin Maduro, muere

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En fin, el dinero. Porque del tirano de Venezuela medran, más o menos, todos

Si hay algo que pone en evidencia el estado de pudrición ideológica y de corrupción moral del partido correísta, prematuramente envejecido a la sombra de un líder delincuente y prófugo, intrigante y rencoroso, mentalmente perturbado, es su fidelidad perruna a la tiranía criminal y cleptocrática de Nicolás Maduro. Su imposibilidad, su incapacidad, su negativa de romper con el peor gorila que ha parido América Latina desde los años setenta debería ponernos en guardia y sonar todas las alarmas: no vaya a ser, como parece, que en ese espejo se reflejen sus propios planes de futuro, es decir, que el régimen tiránico de Maduro represente todo aquello que el correísmo podría llegar a ser si nomás tuviera la oportunidad y los medios.

¿Obstinación ideológica? En parte. En los tempranos setenta, cuando el escándalo del caso Padilla provocó un cisma en la intelectualidad progresista del planeta, las historias de violaciones a los derechos humanos en la Cuba de Castro, las noticias sobre los campos de trabajo (por no decir de concentración) en los que recluían a homosexuales y disidentes, estaban suficientemente documentadas como para que nadie pudiera ponerlas en duda. Sin embargo, la izquierda continental se aferraba a la ilusión tranquilizadora de que todo eso no era sino un gran invento de la CIA. Esa ceguera voluntaria ante los aspectos incómodos de la realidad es, ni más ni menos, la ideología. Hoy, con ese mismo espíritu, el expresidente perturbado y prófugo cuestiona el triunfo electoral de Edmundo González a pesar de las pruebas incontrastables aportadas por la oposición venezolana, o despacha la babosada impresentable de que el fracaso económico del régimen, que provocó la diáspora de ocho millones de venezolanos por el mundo, se debe al supuesto bloqueo del imperio.

Sólo que en su caso la coartada ideológica oculta una razón pragmática, más profunda y decisiva: los inconfesables vínculos que conectan al correísmo con la tiranía venezolana. Los negocios turbios, como aquellos que hicieron con el sucre, un sistema de lavado de activos que sirvió para amasar fortunas. Los secretos, como los que sin duda conoce Nicolás Maduro sobre el delincuente Jorge Glas; de otra manera no se explica que ofrezca canjearlo por los seis demócratas venezolanos refugiados en la embajada argentina de Caracas, ¡seis por uno! En fin: el dinero, porque del tirano medran, más o menos, todos. Desde el águila imperial que vive en Bélgica hasta el moscardón de Orlando Pérez, pasando por los patitos, los perros y los gatos, aquí todos cobran. Y es para eso, para cobrar, que entraron en la política, ¿no?

Esta semana, la bochornosa negativa de dos alcaldes y dos prefectas a expresar una posición con respecto a la tiranía venezolana, muy en la línea de Luisa González, que nunca lo ha hecho, es bastante elocuente sobre la importancia de este asunto para el correísmo. Porque de Luisa no se puede esperar otra cosa, ella es una muñeca parlante. Pero Aquiles Álvarez se supone el más outsider, hasta critica a Ricardo Patiño; Marcela Aguiñaga se supone la más independiente, hasta se lleva bien con Isabel Noboa; Paola Pabón se supone la más disidente, le ofrecieron una candidatura y no se la dieron y ahora anda mascullando sus resentimientos; Pabel Muñoz se supone el más pensante (es un decir: se dio esa fama pero es otro muñeco parlante y de los peores)… En fin: si ellos son incapaces de romper con Maduro es porque romper con Maduro, dentro del correísmo, es imposible. Y esa imposibilidad los define más que cualquier otra cosa que se inventen.