Roberto Aguilar | Los correístas cuidan su negocio
La mejor manera de defender a la basura totalitaria de Nicolás Maduro es no hablar de ella
Correístas defendiendo a Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional: hablan del golpe de Estado en Bolivia; de lo que el gobierno de Daniel Noboa le hizo a su vicepresidenta, Verónica Abad; de las protestas de octubre de 2019 en Ecuador; del Caracazo del año 89; de lo que llaman “el genocidio del pueblo palestino”; de la nueva masacre perpetrada por sicarios en algún lugar de la Costa ecuatoriana; de... ¡Alondra Santiago!; de Pablo Muentes, el operador político de Jaime Nebot que controlaba las cortes de justicia del Guayas (y hablan de él a favor, por supuesto, como imponen sus nuevas directrices ideológicas); de la crisis política peruana; del asalto a la embajada mexicana en Quito, cómo no; de lo mal preparado que está Daniel Noboa para gobernar… Hablan de cualquier cosa menos del fraude electoral de este domingo en Venezuela. Han entendido que la única manera de defender esa basura totalitaria que les da de comer es por mecanismos de aproximación, evasión, oposición. Lo único que no pueden hacer es hablar directamente del meollo del asunto, porque apesta.
Así que estrenan, orgullosos de su hallazgo retórico, la metáfora de la hipermetropía (“mietropía”, balbucea Fernando Cedeño): ustedes, les dicen a los que apoyan una resolución para condenar el fraude electoral en Venezuela, ustedes alcanzan a ver de lejos pero les falta la vista para ver de cerca. Y como el proponente resulta ser un asambleísta del Azuay, ponen de ejemplo la lacerante realidad económica, política y social de esa provincia que es, cualquiera lo sabe, peor, mucho peor que la de Venezuela. ¡Ay, qué tragedia la del Azuay, cómo nos duele!
Y enarbolan los indicadores del país como si del Milagro Alemán estuvieran hablando. Ellos, que durante los últimos 15 años se hicieron los ciegos ante las cifras de la debacle económica, hoy se agarran de un incremento porcentual del PIB (inevitable, porque cuando se topa fondo sólo se puede rebotar) y proclaman el éxito del modelo que llevó a 7 millones de venezolanos al autoexilio. Ellos, que no le dieron importancia a la caída de la producción petrolera desde los 3 millones hasta los 700 mil barriles diarios, hoy festejan el incremento a 800 mil como si fuera el logro de la década: “¡una subida del nueve por ciento!” proclama Mauricio Zambrano, leyendo los datos que le pasó algún asesor y él apenas si entiende. “No lo digo yo, lo dice el FMI”, se regodea en su propia caricatura.
Y patean al perro, por supuesto, eso siempre les ha dado resultados. Gissela Garzón, correísta de nueva generación pero de vieja escuela (heredó de Gabriela Rivadeneira el estilo vociferante y la entonación candonga y meliflua para fingir una elocuencia de la que carece por completo), convirtió su defensa del chavismo en una diatriba contra el gobierno de Noboa. “Cuando sean ustedes ejemplo de algo, hablen”, se desgañita, como si ella lo fuera de alguien. “Empiecen viendo su paja en su propio ojo y no la viga en el ajeno”, dice invirtiendo sin darse cuenta la fórmula evangélica. Y en esto lo siguen los demás: hay quien se escandaliza de los 100 mil ecuatorianos que han cruzado el tapón del Darién, como si los venezolanos en las mismas circunstancias no fueran diez veces más que eso. “No pueden hacer ni un veto bien hecho”, se quejan ya en el colmo de la babosería. Cualquier cosa con tal de no hablar de lo que importa: el fraude. Porque si hablan del fraude se les cae el chiringuito. Y entonces, ¿de qué viven?