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Roberto Aguilar | Diatriba contra la mosca muerta

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Ahora Pamela Aguirre es el rostro visible de la maniobra política más canalla operada en la Comisión de Fiscalización

En un partido político lleno de ratas y serpientes, hienas y buitres, trogloditas y vampiros, ella aparenta ser el más grácil, etéreo y delicado de los seres. Sin embargo, no hay nadie mejor para encargarse de los trabajos sucios. Con su voz suave y quebradiza, su imagen científicamente producida a medio camino entre cisne blanco, virgen de pueblo y colegial impúber, la asambleísta Pamela Aguirre (Ay Pame para los amigos) siempre está dispuesta a sumergirse en el más putrefacto de los albañales para operar, desde ahí, el más ruin y canalla de los operativos políticos, la más antiética de las estrategias, la más sucia de las maniobras de la mano de los personajes más corruptos y despreciables. Personajes como Ronny Aleaga, por ejemplo, el operador político del narcotráfico en la Asamblea; o Wilman Terán, grosero manipulador de la justicia. Feliz de hipotecar su sentido moral y su pensamiento a lo que le mande su partido, Pamela Aguirre cumple sin chistar las órdenes que le impongan.

Precisamente con Aleaga y Terán se puso a la cabeza de las dos últimas ofensivas correístas contra la fiscal Diana Salazar, operadas desde la comisión de Fiscalización que ella preside. En la primera, se trataba de exponer a la fiscal a las humillaciones de su acosador, el prófugo de la justicia Ronny Aleaga. Vinculado al caso Metástasis por sus relaciones con el narcotráfico, el ex latin king venía animando una campaña de redes sociales que, sirviéndose de chats dizque periciados por una supuesta empresa independiente pero evidentemente producidos en Ilustrator o cosa parecida, tenía por objeto difundir habladurías sobre una supuesta relación íntima entre él y la fiscal con la intención no disimulada de desprestigiarla y socavar su imagen pública. Una agresión machista de manual que Pamela Aguirre no tuvo el menor empacho en apadrinar. Taimada y artera, le tendió una emboscada: la llamó a comparecer ante la comisión de Fiscalización sobre ciertos asuntos judiciales y, una vez ahí, trató de someterla a una ronda de preguntas del prófugo Aleaga, conectado para el efecto desde su escondite en Venezuela. Aun tuvo la pasta para despachar un discurso sobre los horrores de la violencia política de género. Sororidad, le dicen. Esta burda maniobra no sólo pretendía humillar personalmente a Diana Salazar sino montar un enfrentamiento extrajudicial entre una fiscal y un acusado que habría contaminado el caso Metástasis. Bajo. Bajísimo.

Ahora Pamela Aguirre es el rostro visible de la maniobra política más canalla que haya tenido lugar en la Comisión de Fiscalización desde que María José Carrión archivó el juicio político a Jorge Glas, allá por 2017. La absolución (porque así hay que leerla) del expresidente del Consejo de la Judicatura Wilman Terán y su cómplice Maribel Barreno es una burla a la conciencia moral de la nación. El informe salió de su despacho y se aprobó con votos correístas y gracias a la oportuna ausencia (con show incluido) del oficialista Ricardo Alvarado. En ese documento no sólo se desechan las clamorosas evidencias sobre la manipulación, operada por Terán, del concurso para elegir jueces de la Corte Nacional, concurso que fue anulado precisamente por sus vicios de fondo y forma, sino que se acogen como válidos los chats trucados que Terán presentó como evidencias contra la fiscal: capturas de imagen cuyos metadatos registran su paso por el Photoshop; provenientes de un teléfono que Terán tiene escondido y no muestra. Vamos a ver con qué argumentos defenderá Pamela Aguirre esta basura ante el Pleno de la Asamblea. Dirá lo que le manden a decir, eso es seguro. Porque lo peor de este personaje no es que nos tome por imbéciles; es que no tiene el menor respeto por sí misma.