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Roberto Aguilar | Elocuente silencio de Correa y sus perros

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¿Hasta dónde están dispuestos los Correas y sus perros a seguir al dictador Maduro? ¿Hasta cuál de sus excesos?

¿Ya desinstaló Rafael Correa la aplicación de WhatsApp de su teléfono celular? La pregunta no tiene nada de inocente: entre el dictador Nicolás Maduro y los correístas que lo defienden (ya sea porque no se atreven a pensar por cuenta propia, ya sea porque viven de él, sabrá el expresidente prófugo en cuál de estas dos categorías se inscribe, porque no hay otra) se plantea una cuestión fundamental: hasta dónde están dispuestos a seguirlo; hasta verlo perpetrar qué clase de excesos les da el estómago para justificarlo; qué disparatados delirios son capaces de disimularle…

Esto de romper relaciones con WhatsApp, por ejemplo, con todo el discurso conspiranoico y las justificaciones religiosas que lo sustentan, ¿se lo toman en serio? La guerra declarada contra Elon “Moks” y la plataforma de X, que para la dictadura venezolana no parece una antipatía cualquiera sino la fase superior de la lucha contra el capitalismo, ¿es para nuestros correístas un imperativo ideológico como pretende el dictador Maduro? Pensemos en Rafael Correa, la firma más tóxica de la tuitosfera hispanoparlante: ¿estaría dispuesto a renunciar, porque así lo exige la revolución, a la cloaca más práctica de la que dispone para evacuar sus más íntimos y ponzoñosos humores? ¿Qué sería él sin su cuenta de Twitter? Nadie, evidentemente. Quizás es el momento para romper con el madurismo, siguiendo el ejemplo de otras grandes rupturas históricas en el seno de la causa revolucionaria (Marx contra Lasalle, Marx contra Bakunin, Lenin contra Kautsky…) e inaugurar el debate entre la revolución tuitera y la revolución antituitera. En suma: ¿qué nivel de ridículo son capaces de soportar estos animalitos por seguir a Maduro?

Y todo esto es lo de menos. Cuando el dictador anuncia haber puesto en funcionamiento un espacio en Internet para que sus seguidores denuncien a “los delincuentes” (así dice él) que participan en las manifestaciones, a los ciudadanos organizados que intervinieron en el gran operativo de demostrar el fraude (los testigos de mesa, los comanditos…) con el fin de dirigir sus acciones de represión selectiva contra ellos, movilizar a sus mercenarios y secuestrarlos; cuando con voz enronquecida clama “¡vamos a ir por ellos!”, e intimida y mete miedo y luego cumple con sus amenazas y manda a disparar y mata… ¿Suscriben el expresidente prófugo y sus perros (los perros que fueron a lamerle las botas a Maduro en la jornada electoral del 28 de julio, los Franco Loor, los Chiriboga, los Orlandos Pérez…) semejante exceso de represión y fuerza bruta? Correa, ya se sabe, lo mismo que Maduro tiene la tendencia a retarse a puñetazos con cualquiera: tal es su convicción democrática y su fe en las instituciones que aspiran a resolverlo todo a golpes. Pero ¿concuerda también con él en el recurso a los balazos?

Difícil saberlo: llevan días sin decir ni pío. Correa no ha puesto un tuit a favor del dictador desde el 29 de julio. El 31 se limitó a pedir “que se presenten las benditas actas”. Su perro, Orlando Pérez, que viajó a Caracas para apoyar el fraude, siguió ladrando dos días más pero paró en seco el 2 de agosto. Su silencio es elocuente. Significa que están dispuestos a tragarse cualquier piedra de molino, a disimular cualquier exceso, a convivir con cualquier clase de delirio (ruptura de relaciones con WhatsApp incluida) y a respaldar cualquier mentira con tal de mantener su forma de vida. Por dos razones posibles: porque son incapaces de pensar por cuenta propia, como Eduardo Franco Loor o Mónica Palacios, por ejemplo, o porque no quieren renunciar a sus ingresos, como Orlando Pérez. Gentecita deleznable, poco importa. Pero ¿y Correa? ¿Por cuál de esas dos razones calla? Es que no hay otra.