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Roberto Aguilar: No sólo la fiscal se salvó de las hienas

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A Diana Salazar nadie le puede negar el mérito de ser nuestra mejor fiscal desde que el cargo existe

“Narcojuicio” no era, después de todo, una palabra inapropiada para referirse al proceso que el correísmo impulsaba contra la fiscal Diana Salazar desde la Asamblea y que quedó archivado esta semana. Cuando se examina lo que los interpelantes tenían preparado, cuando se repasa, por ejemplo, la lista de personas que pretendían llamar para que rindieran testimonio contra la acusada y cuyas comparecencias serían usadas como argumentos políticos en su contra, resulta claro que el objetivo no era solamente su censura y destitución (cosa que habría sido una victoria pírrica si se considera que a la fiscal le quedan pocos meses para concluir su período de funciones) sino algo, a estas alturas, mucho más jugoso: el descrédito de las causas que ella impulsa, peor aún, su contaminación. Y esas causas, vistas en su conjunto, pusieron al descubierto el tinglado de la corrupción judicial y de la narcopolítica en el país. “Narcojuicio”, es la palabra correcta.

Wilman Terán, Ronny Aleaga, Pablo Muentes, Tanya Varela, Rafael Correa… Una lista de procesados por corrupción y hasta delincuentes prófugos de la justicia iban a aportar las pruebas de cargo contra la fiscal. No se trata de negarles el derecho a la palabra, menos aún a la defensa; se trata de tener la claridad suficiente para entender que es en las cortes de justicia donde les corresponde ejercerlo. ¿Tienen algo que decir esos señores? Que lo digan ante los jueces. Porque lo que pretendía el correísmo llevándolos a declarar en la Asamblea era comprometer los procesos judiciales por los casos Metástasis, Purga, Plaga y otros, al obligar a la fiscal a pronunciarse sobre ellos en defensa propia. ¿Alguna vez en la historia de las instituciones democráticas se ha dado el caso de que un fiscal emplazado políticamente por el parlamento tuviera que defenderse de aquellos a quienes ha llevado ante la justicia? Este era el despropósito que se estaba preparando en la Asamblea Nacional.

A Diana Salazar nadie le puede negar el mérito de ser nuestra mejor fiscal desde que el cargo existe. Compáresela con sus predecesores: Washington Pesántez, Paúl Pérez Reyna, Carlos Baca Mancheno, Galo Chiriboga… ¿Cuál es la contribución por la que deberíamos honrarlos, los casos por los que vale la pena recordarlos, su aporte a la causa de la justicia y el mejoramiento de la República? ¿No han pasado a la historia, algunos de ellos, como cómplices del poder e incluso como descarados ladrones de propiedades ajenas? Fiscales, en el Ecuador, los ha habido desde honestos pero inocuos hasta encubridores y directamente delincuentes. Diana Salazar, en cambio, descubrió los mecanismos de contaminación de la justicia y la política por el narcotráfico; demostró los esquemas de delincuencia organizada que operan con participación de las más altas autoridades del Estado, nos abrió los ojos de tal manera a la corrupción de la vida pública nacional que es justo decir de ella que cambió al Ecuador para siempre y para bien. Sin embargo, no existe periodista, político, analista o líder de opinión, por bienintencionado que sea, que no se sienta obligado, al hablar de ella, a anteponer la muletilla aquella de “hay mucho que criticarle pero…”. Porque ha cometido errores, como si alguien no los cometiera. Porque ha manejado una agenda política, como si hubiera podido sobrevivir en esta jungla si no lo hiciera. Porque no es perfecta, como si alguien lo fuera. País mezquino el Ecuador, incapaz de profesar admiración por aquel que la merece.