¿Y las glosas no desvanecidas?
Hasta ternura daba ver al asambleísta interpelante en ese campo minado: daba un paso en falso y se volaba una pierna; otro, y le estallaba una bomba en las narices.
Trazan una estrategia para anular todas las actuaciones de cuatro años de la Contraloría General del Estado; se desentienden del caos de inseguridad jurídica espantoso que de esa manera crearían en el país con tal de librarse de las glosas millonarias, de los indicios de responsabilidad penal, de los juicios, de las sentencias con que cargan por rateros; proponen “una purga” (con esas palabras: “una purga”) en los organismos de control, en el Consejo de la Judicatura, en la Fiscalía, en la Procuraduría… Someten a chantaje al Poder Legislativo y lo empujan a un conflicto de competencias con la Corte Constitucional que pondría a tambalear la ya de por sí frágil institucionalidad democrática del país. Y, encima de todo, los muy descarados quieren que no hablemos de ellos. Dicen, con el estilo palurdo que aprendieron de su troll center y supieron aterrizar directamente sobre el Pleno de la Asamblea, que quienes los critican están enamorados, que tienen una fijación sexual con el cobarde que huyó a Bélgica. Son, siguen siendo, la principal amenaza de la democracia en el Ecuador y quieren que nadie se ocupe de ellos. Tan bonitos.
El juicio político a Pablo Celi, último engranaje del sistema de corrupción que diseñaron, aceitaron y tan bien les funcionó por tanto tiempo, fue su obra maestra del cinismo. Había que proceder con la elasticidad de un contorsionista para que las acusaciones que le endilgaron no terminaran por embarrarlos a ellos mismos. Hasta ternura daba ver al asambleísta interpelante tratando de moverse en ese campo minado: un paso en falso y se volaba una pierna; otro, y le estallaba una bomba en las narices. Recién se ha dado cuenta, criaturita, de que Odebrecht es una empresa “corrupta y corruptora”, como dijo veinte veces. ¿Acaso él y los suyos ignoran que las primeras glosas desvanecidas de Odebrecht fueron las que desvaneció su contralor de bolsillo, Carlos Pólit, en cumplimiento del acuerdo político entre Rafael Correa y Lula, lobbista principal de la constructora brasileña? ¿Ignoran que los sobornos que se cobraron con ese fin sirvieron para financiar sus propias campañas electorales? Hay que tener horchata en las venas y la estatura moral de una berenjena para prestarse a semejante juego de la simulación y el escándalo. Hay que haber dejado botada la conciencia en el basurero de la entrada. ¿Y quieren que no hablemos de ellos?
Ahí está, fechada el 8 de marzo de 2021 y pasando de agache hasta el momento, la glosa más grande de la historia ecuatoriana, una glosa de escándalo, apoteósica, descomunal como el delirio fabulador de los corruptos que se la merecieron. La madre de todas las glosas: una con predeterminación de responsabilidad civil culposa por 1.200 millones de dólares por el fiasco de El Aromo, ese terreno aplanado donde los imbéciles continúan viendo una refinería que llaman “Del Pacífico”. Pues bien: más de 600 de esos 1.200 millones fueron para Odebrecht, la “empresa corrupta y corruptora” que en el partido del interpelante no necesitó corromper a nadie porque ese trabajo ya estaba hecho. Y al asambleísta intelectual y supuestamente dialogante que en ese entonces fungía de director de la Secretaría de Planificación (Senplades), que tuvo todo que ver con esto, se le comieron la lengua los ratones. ¿A quién pretenden engañar? No es por las glosas desvanecidas que estos angelitos llevaron a juicio político al excontralor Pablo Celi. Todo lo contrario: es por las que se olvidó de desvanecer.