Roberto Aguilar: Informe de un embustero
¿Quién tiene, pues, la culpa? Según el informe de Castro, el presidente de entonces, Guillermo Lasso
Cómo será de inservible el informe sobre el asesinato de Fernando Villavicencio que aprobaron la semana pasada seis asambleístas chapuceros del oficialismo, el correísmo, el socialcristianismo, Pachakutik y Gente Buena (¡Gente Buena!), que a lo largo de sus 71 páginas de supuesta investigación no aparece una sola vez, ni por casualidad, la palabra “narcotráfico”. Hay que mantener una férrea voluntad de encubrimiento y una constancia indeclinable en el arte de la mentira para lograr semejante proeza. Es como escribir una historia del Holocausto sin mencionar la palabra “nazis”: un despliegue de desvergüenza y mala fe, que el asambleísta de gobierno Adrián Castro, padre de la criatura, tiene de sobra.
Lo primero que hay que saber es que el informe de Castro, que recibió los votos de la mayoría de integrantes de la comisión ocasional constituida dizque para investigar el asesinato de Villavicencio, sustituyó a otro, propuesto por la asambleísta de Construye Viviana Zambrano, en cuyas 101 páginas la palabra narcotráfico (o narcopolítica, narcodelitos y otras variantes) había sido consignada en 23 ocasiones. Que su informe mantiene el 70 por ciento del original, mintió Castro, quien aparte de perpetrar chapuzas es un embustero experto. Si así fuera, debería reconocer que el 30 por ciento excluido era lo único importante.
Porque vamos a ver: Villavicencio era un hombre incómodo para mafiosos y políticos corruptos pero tampoco las palabras “mafia” y “corrupción” constan en su documento. En el de Viviana Zambrano aparecían 7 y 75 veces respectivamente, incluyendo un capítulo sobre “mafias en la política”: una realidad que Castro omite de principio a fin. Falta también la palabra “piscina”, así como toda referencia a una muy concreta de Miami, que marcó el destino de Villavicencio. El informe original también le dedicaba un capítulo entero: “La piscina, su historia e implicaciones”.
Los casos Metástasis y Purga, que tantas luces arrojaron sobre el asesinato, tienen 14 y 12 menciones, respectivamente, en el informe de Zambrano. El de Castro los ignora, claro. Omite, por tanto, un hecho clave: los chats entre Leandro Norero (mencionado 28 veces en el informe original) y Xavier Jordán (23 veces) en los que ambos mafiosos hablan de sus intenciones de silenciar a Villavicencio. En el informe de Castro no aparecen ni Norero ni Jordán ni su operador político en la Asamblea, Ronny Aleaga (con 20 menciones en el informe de Zambrano), ni los otros asambleístas a quienes Villavicencio acusó ante la Fiscalía de tramar su asesinato: Pablo Muentes, Roberto Cuero, Ronal González y Walter Gómez. Una pista que había que considerar aunque fuera para desestimarla.
En resumen: en el informe de Castro no aparece nada de lo que importa. Y esto es así por una sencilla razón: él y los otros cinco chapuceros que lo apoyaron defienden la peregrina, grotesca, ofensiva idea de que el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato presidencial, asambleísta, fiscalizador de narcopolíticos, el hombre por cuyas denuncias se encuentran prófugos o presos una docena de rateros de cuello blanco, incluidos un expresidente y un exvicepresidente de la República, ese asesinato que bien pudo haber costado un millón de dólares por la logística que implicó y que cambió el curso de las elecciones, no es un crimen político sino un delito común como cualquier otro. ¿Quién tiene, pues, la culpa? Según el informe de Castro, el presidente de entonces, Guillermo Lasso, que no supo controlar la delincuencia. Tal cual. Enardece pensar cuánto desprecio siente por nosotros el embustero inmoral de Adrián Castro para que pretenda endilgarnos semejante patraña sobre uno de los hechos más importantes de nuestra historia reciente. Este señor no tiene sangre en la cara.