La justicia es un cheque del Estado

El apoyo ¿ha de venir todo del Estado? ¿Y si el Estado se dedicara a masificar el deporte para todos y la sociedad se ocupara de desarrollar el alto rendimiento?
Lo de los ecuatorianos y las pensiones vitalicias es pura esquizofrenia. Queremos quitárselas a los expresidentes y exvicepresidentes (a todos, no solo a los rateros), vagamente convencidos de que ninguno se las merece. Aunque varios de ellos han dedicado honrada y honrosamente su vida al servicio del país, nos comportamos en este tema como Groucho Marx ante los clubes privados: jamás pertenecería a uno que lo aceptara como miembro. Así mismo, los ecuatorianos jamás entregaríamos una pensión a alguien electo por nosotros mismos. Feroz autoconciencia nacional: si lo elegimos nosotros, debe ser un desastre.
Para quienes sí pedimos pensiones vitalicias, con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa o tonante de la pura indignación, es para los atletas olímpicos. Para todos, no solamente para los medallistas. En estos días se multiplican los reportajes de TV que cuentan la triste historia del deportista X que nos representó en Seúl, en Sidney o donde fuera y hoy se muere de hambre. Hay que darle casa. Hay que darle carro. Hay que darle un sueldo mensual hasta el día en que se muera. Hay que hacer, en fin, justicia. Y la justicia, cualquier ecuatoriano lo sabe, es un cheque del Estado.
Parece mucho más sensata la actitud de la Universidad San Francisco de Quito, que premió a las medallistas olímpicas del Ecuador en Tokio con una beca de estudios. Con eso no necesitarán la caridad de nadie cuando terminen su carrera deportiva.
El tema vino de la mano de aquel otro que puso sobre la mesa Richard Carapaz el día de su medalla de oro: la falta de apoyo a los deportistas de élite. La protesta del ciclista fue justa, oportuna y, para variar, malinterpretada. Porque ¿de qué otra manera puede entenderse en este país la palabra “apoyo” si no es con un cheque del Estado? Verdad es que faltan políticas públicas que incentiven la inversión en el deporte de alto rendimiento; que propicien procesos a mediano y largo plazo; que desarmen esa pirámide en cuya cúspide medran dirigentes convertidos en la razón de ser de la estructura deportiva nacional. Pero, ¿dónde están los empresarios visionarios capaces de convertir, por ejemplo, la vuelta ciclística al Ecuador en un negocio atractivo para todos? ¿Dónde están los noticieros de TV dispuestos a hacer de sus segmentos deportivos algo diferente a una colección de goles de las ligas europeas? ¿Dónde está la sociedad si no en el fútbol? El apoyo, ¿ha de venir solo del Estado? ¿Y si el Estado se dedicara a masificar el deporte para todos y la sociedad se ocupara de desarrollar el alto rendimiento?
Los mayores de 40 recordarán cuando el deporte intercolegial era un acontecimiento de primera importancia en las ciudades. Hoy ni siquiera los Juegos Deportivos Nacionales consiguen hacer que el aficionado ecuatoriano pestañee. Eso sí: cada cuatro años hay que patalear por una medalla. Y una pensión vitalicia.
“Queremos indicar que la barra está cargada”, decía el maestro de ceremonias que condujo el homenaje, en el estadio Olímpico Atahualpa, a las pesistas triunfadoras de las Olimpiadas el día en que regresaron a Quito. “Solo 130 kilos en la barra. A ver, el público ¿quiere que Angie, que Neisi, que Tamara nos hagan una demostración aquí?”. Y el público, a una sola voz: “¡Sííí!”. “Bueno, -continuaba el animador-, el público pide”. Cara de palo de las deportistas, que se acababan de bajar de un avión tras 20 horas de vuelo. “Ah, ¿no? Bueno, vamos a dejar por ahora que descansen”. Profunda decepción del respetable: acariciaba la esperanza de contemplar el espectáculo de la mujer forzuda. Un circo, ni más ni menos.